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Tiene defectos claros, sin embargo. Aunque Sachs se esfuerza por<br />
enmascararlos, hay veces en que la novela parece demasiado construida, demasiado<br />
mecánica en su orquestación de los sucesos y sólo en raras ocasiones los personajes<br />
cobran vida plenamente. Hacia la mitad de mi primera lectura, recuerdo haberme dicho<br />
que Sachs era más un pensador que un artista, y a menudo me molestaba su torpeza, la<br />
forma en que insistía en algunos puntos, manipulando los personajes para subrayar sus<br />
ideas en lugar de dejarles que creasen la acción ellos mismos. No obstante, a pesar de<br />
que no estaba escribiendo sobre sí mismo, comprendí lo profundamente personal que el<br />
libro debía de ser para él. La emoción dominante era la ira, una ira madura y lacerante<br />
que surgía casi en cada página: ira contra América, ira contra la hipocresía política, ira<br />
como arma para destruir los mitos nacionales. Pero dado que la guerra de Vietnam aún<br />
se estaba librando entonces y dado que Sachs había ido a la cárcel a causa de esa guerra,<br />
no era difícil comprender de dónde procedía su ira. Le daba al libro un tono polémico y<br />
estridente, pero creo que ése era también el secreto de su fuerza, el motor que impulsaba<br />
al libro hacia adelante y que generaba el deseo de continuar leyéndolo. Sachs sólo tenía<br />
veintitrés años cuando empezó El nuevo coloso y continuó con el proyecto durante<br />
cinco años, en los cuales escribió siete u ocho borradores. La versión publicada tenía<br />
436 páginas y yo me las había leído todas cuando me fui a dormir el martes por la<br />
noche. Mi admiración por lo que había logrado empequeñecía cualquier reserva que<br />
pudiera haber tenido. Cuando llegué a casa después del trabajo el miércoles por la tarde<br />
me senté inmediatamente a escribirle una carta. Le dije que había escrito una gran<br />
novela. Cuando deseara compartir conmigo otra botella de bourbon, sería un honor para<br />
mí acompañarle vaso a vaso.<br />
A partir de entonces empezamos a vernos con regularidad. Sachs no tenía<br />
empleo y eso hacía que estuviera más disponible que la mayoría de la gente que yo<br />
conocía, que fuese más flexible en sus hábitos. La vida social en Nueva York tiende a<br />
ser demasiado rígida. Una simple cena puede requerir semanas de planificación, y los<br />
mejores amigos pueden pasar meses sin tener ningún contacto. Con Sachs, sin embargo,<br />
los encuentros improvisados eran la norma. Trabajaba cuando el espíritu le impulsaba a<br />
ello (generalmente de noche) y el resto del tiempo vagabundeaba libremente,<br />
deambulando por las calles de la ciudad como un flâneur del siglo XIX, dejándose guiar<br />
por su instinto. Paseaba, iba a museos y galerías de arte, veía películas a cualquier hora<br />
del día, leía libros en los bancos del parque. No estaba sometido al reloj como lo están<br />
otras personas. En consecuencia, nunca tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo.<br />
Eso no significa que no fuese productivo, pero el muro que separa el trabajo y el ocio se<br />
había desmoronado para él hasta tal punto que apenas se daba cuenta de su existencia.<br />
Esto le ayudaba como escritor, creo, ya que las mejores ideas siempre se le ocurrían<br />
cuando estaba lejos de su mesa. En ese sentido, para él todo entraba en la categoría de<br />
trabajo. Comer era trabajar, ver un partido de baloncesto era trabajar, sentarse con un<br />
amigo en un bar a medianoche era trabajar. A pesar de las apariencias, apenas había un<br />
momento en que no estuviese trabajando.<br />
Mis días no estaban ni mucho menos tan abiertos como los suyos. Había<br />
regresado de París el verano anterior con nueve dólares en el bolsillo, y antes que<br />
pedirle un préstamo a mi padre (que probablemente no me habría dado de todas formas),<br />
me había apresurado a aceptar el primer empleo que me ofrecieron. Cuando<br />
conocí a Sachs yo trabajaba para un comerciante de libros raros en el Upper East Side,<br />
principalmente sentado en la trastienda escribiendo catálogos y contestando cartas.<br />
Entraba todas las mañanas a las nueve y salía a la una. Por las tardes traducía en casa,<br />
en ese momento una historia de la China moderna de un periodista francés que había<br />
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