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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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-No tengo por qué hacer nada, pero eso no significa que pueda hacerlo. Si quiere<br />

quedarse, quédese. Si no, váyase. Pero más vale que se decida ya, porque yo me voy a<br />

la cama.<br />

-Se lo agradezco.<br />

-No me lo agradezca, agradézcaselo a Maria. El cuarto de estar es un desastre. Si<br />

algo le estorba, tírelo al suelo. Ya me ha demostrado que sabe hacerlo.<br />

-No suelo utilizar formas de comunicación tan primitivas.<br />

-Con tal que no se comunique más conmigo esta noche, me da igual lo que haga<br />

aquí abajo. Pero el piso de arriba queda fuera de los límites. ¿Entendido? Tengo una<br />

pistola en la mesilla de noche, y si alguien viene merodeando, sé utilizarla.<br />

-Eso sería como matar a la gallina de los huevos de oro.<br />

-No, no lo sería. Puede que usted sea la gallina, pero los huevos están en otra<br />

parte. Bien guardaditos en el maletero de su coche, ¿recuerda? Aunque matase a la<br />

gallina, seguiría teniendo todos los huevos que necesito.<br />

-Así que ya estamos amenazando otra vez<br />

-No creo en las amenazas. Solamente le estoy pidiendo que sea amable conmigo,<br />

eso es todo. Que sea muy amable. Y que no se le meta ninguna idea rara en la cabeza<br />

acerca de quién soy yo. Si es así, tal vez podamos hacer negocios juntos. No le prometo<br />

nada, pero si no jode las cosas, puede que incluso aprenda a dejar de odiarle.<br />

A la mañana siguiente le despertó un aliento cálido que rozaba su mejilla.<br />

Cuando abrió los ojos se encontró mirando la cara de una niña, una niña inmovilizada<br />

por la concentración, que exhalaba trémulamente por la boca. Estaba de rodillas al lado<br />

del sofá y su cabeza estaba tan próxima a la de él que sus caras casi se tocaban. Por la<br />

escasa luz que se filtraba a través de su pelo, Sachs dedujo que serían sólo las seis y<br />

media o las siete. Llevaba menos de cuatro horas durmiendo, y en aquellos primeros<br />

momentos después de abrir los ojos se sentía demasiado atontado, demasiado pesado<br />

como para mover un solo músculo. Deseaba volver a cerrar los ojos, pero la niña le<br />

estaba observando demasiado atentamente, así que continuó mirándola a la cara y<br />

lentamente cayó en la cuenta de que era la hija de Lillian Stern.<br />

-Buenos días -dijo ella al fin, interpretando su sonrisa como una invitación a<br />

hablar-. Creí que no ibas a despertarte nunca.<br />

-¿Llevas mucho tiempo aquí sentada?<br />

-Unos cien años, me parece. He bajado a buscar mi muñeca y entonces he visto<br />

que estabas durmiendo en el sofá. Eres muy largo, ¿lo sabías?<br />

-Sí, lo sé. Soy lo que se llama una espingarda.<br />

-Señor Espingarda -dijo la niña, pensativa-. Es un buen nombre.<br />

-Y apuesto a que el tuyo es Maria, ¿no?<br />

-Para algunas personas sí, pero a mi me gusta llamarme Rapunzel. Es mucho<br />

más bonito, ¿no crees?<br />

-Mucho más. ¿Y cuántos años tienes, señorita Rapunzel?<br />

-Cinco y tres cuartos.<br />

-Ah, cinco y tres cuartos. Una edad estupenda.<br />

-Cumpliré seis en diciembre. Mi cumpleaños es el día después de Navidad.<br />

-Eso quiere decir que recibes regalos dos días seguidos. Debes ser muy lista para<br />

haberte inventado un sistema tan bueno.<br />

-Hay gente con suerte. Eso es lo que dice mamá.<br />

-Si tienes cinco años y tres cuartos, probablemente ya has empezado a ir al<br />

colegio, ¿no?<br />

-A la guardería. Estoy en la clase de Mrs. Weir. Clase uno, cero, cuatro. Los<br />

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