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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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marrón; era un hombre bastante joven que se estaba quedando prematuramente calvo y<br />

que parecía estar debatiendo consigo mismo si subir los escalones y tocar el timbre o<br />

no. Sachs le dio una palmadita a Maria en la cabeza y le dijo que se fuera a la cocina y<br />

se sirviera otro vaso de zumo. Parecía que ella iba a negarse, pero luego, no queriendo<br />

decepcionarle, asintió y obedeció de mala gana. Entonces Sachs cruzó el cuarto de estar<br />

sorteando obstáculos y fue a la puerta principal, la abrió lo más suavemente que pudo y<br />

salió fuera.<br />

-¿Puedo ayudarle en algo?<br />

-Soy Tom Mueller -dijo el hombre-, del San Francisco Chronicle. Me pregunto<br />

si podría hablar un momento con Mrs. Dimaggio.<br />

-Lo siento. No concede entrevistas.<br />

-Yo no quiero una entrevista, sólo quiero hablar con ella. A mi periódico le<br />

interesa conocer su versión de la historia. Estamos dispuestos a pagar por un artículo en<br />

exclusiva.<br />

-Lo siento, no hay nada que hacer. Mrs. Dimaggio no habla con nadie.<br />

-¿No cree usted que la señora debería tener la oportunidad de rechazarme<br />

personalmente?<br />

-No, no lo creo.<br />

-¿Y quién es usted, el agente de prensa de Mrs. Dimaggio?<br />

-Un amigo de la familia.<br />

-Ya. Y es el que habla en su nombre.<br />

-Eso es. Estoy aquí para protegerla de tipos como usted. Ahora que hemos<br />

aclarado esa cuestión, creo que es hora de que se vaya.<br />

-¿Y cómo sugiere usted que me ponga en contacto con ella?<br />

-Podría escribirle una carta. Eso es lo que se hace generalmente.<br />

-Buena idea. Yo le escribo una carta y usted puede tirarla antes de que ella la<br />

lea.<br />

-La vida está llena de decepciones, Mr. Mueller. Y ahora, si no le importa, creo<br />

que es hora de que se vaya. Estoy seguro de que no desea usted que llame a la policía.<br />

Pero está usted en la propiedad de Mrs. Dimaggio, ¿sabe?<br />

-Sí, lo sé. Muchas gracias, hombre. Me ha ayudado usted muchísimo.<br />

-No se preocupe tanto. Esto también pasará. Dentro de una semana, no habrá<br />

nadie en San Francisco que se acuerde de esta historia. Si alguien les menciona a<br />

Dimaggio, la única persona que les vendrá a la cabeza será Joe.<br />

Eso puso fin a la conversación, pero incluso después de que Mueller se hubiese<br />

marchado del jardincillo, Sachs continuó de pie delante de la puerta, decidido a no<br />

moverse hasta que hubiese visto que el hombre se alejaba en su coche. El periodista<br />

cruzó la calle, se metió en el coche y arrancó. Como gesto de despedida levantó el dedo<br />

corazón de la mano derecha al pasar por delante de la casa, pero Sachs se encogió de<br />

hombros ante la obscenidad, comprendiendo que no tenía importancia, que únicamente<br />

era una prueba de lo bien que había manejado el enfrentamiento. Cuando se dio la<br />

vuelta para entrar, no pudo reprimir una sonrisa al recordar la rabia del hombre. Más<br />

que como un agente de prensa, se sentía como un alguacil y, en resumidas cuentas, no<br />

era una sensación enteramente desagradable.<br />

En cuanto entró en la casa, levantó la cabeza y vio a Lillian de pie en lo alto de<br />

la escalera. Llevaba un albornoz blanco, tenía los ojos hinchados y el pelo revuelto y<br />

luchaba por espabilarse.<br />

-Supongo que debería darle las gracias -dijo, pasándose la mano por el pelo<br />

corto.<br />

-¿Gracias de qué? -dijo Sachs, fingiendo ignorancia.<br />

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