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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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abrirla. Antes que enfrentarse con lo que su imaginación había puesto allí dentro, casi se<br />

había convencido a sí mismo de tirarla, pero no lo hizo. Justo cuando estaba a punto de<br />

sacarla del maletero y arrojarla al bosque, cerró los ojos, titubeó y luego, de un solo<br />

tirón, abrió la cremallera.<br />

No había una cabeza en la bolsa. No había orejas cercenadas, ni dedos cortados, ni<br />

genitales arrancados. Lo que había era dinero. Y no simplemente un poco de dinero,<br />

sino montones, más dinero del que Sachs había visto nunca junto. La bolsa estaba<br />

abarrotada de dinero: gruesos fajos de billetes de cien dólares sujetos con cintas de<br />

goma, cada uno de los cuales representaba tres, cuatro o cinco mil dólares. Cuando<br />

Sachs terminó de contarlo, estaba razonablemente seguro de que el total sumaba entre<br />

ciento sesenta y ciento sesenta y cinco mil. Su primera reacción al descubrir el dinero<br />

fue alivio, gratitud de que sus temores hubiesen quedado en nada. Luego, al sumarlo por<br />

primera vez, una sensación de conmoción y mareo. La segunda vez que contó el dinero,<br />

sin embargo, se dio cuenta de que se estaba acostumbrando a ello. Eso fue lo más<br />

extraño, me dijo: lo rápidamente que digirió todo el improbable suceso. Cuando contó<br />

el dinero de nuevo, ya había empezado a considerarlo suyo.<br />

Conservó los cigarrillos, el bate de softball el pasaporte y el dinero. Todo lo<br />

demás lo tiró, esparciendo el contenido de la maleta y de la caja de metal en el interior<br />

del bosque. Unos minutos después depositó las maletas vacías en un basurero en las<br />

afueras de un pueblo. Eran ya más de las cuatro y tenía un largo camino por delante. Se<br />

detuvo a cenar en Stringfield, Massachusetts, fumándose los Camel de Dimaggio<br />

mientras bebía café, y llegó a Brooklyn poco después de la una de la madrugada. Allí<br />

fue donde abandonó el coche, dejándolo en una de las calles adoquinadas cerca de<br />

Gowanus Canal, una tierra de nadie de almacenes vacíos y manadas de delgados perros<br />

vagabundos. Tuvo cuidado de limpiar las huellas dactilares de todas las superficies,<br />

pero eso no fue más que una precaución añadida. Las puertas no estaban cerradas, la<br />

llave estaba puesta, y era seguro que el coche sería robado antes de que acabase la<br />

noche.<br />

Hizo el resto del camino a pie, con la bolsa de bolos en una mano y el bate y los<br />

cigarrillos en la otra. En la esquina de la Quinta Avenida con President Street, metió el<br />

bate en un contenedor de basura atestado, empujándolo de lado entre los montones de<br />

periódicos y cortezas de melón. Ese era el último asunto importante del que tenía que<br />

ocuparse. Aún le quedaba más de un kilómetro, pero a pesar de su agotamiento caminó<br />

cansinamente hacia su piso con una creciente sensación de tranquilidad. Fanny estaría<br />

allí para él, pensó, y una vez que la viera, lo peor habría terminado.<br />

Eso explica la confusión que siguió. A Sachs no sólo le cogió desprevenido lo<br />

que vio cuando entró en el piso, sino que no estaba en condiciones de asimilar el más<br />

mínimo dato nuevo acerca de nada. Su cerebro estaba ya sobrecargado y había vuelto a<br />

casa a ver a Fanny precisamente porque creía que allí no habría sorpresas, porque era el<br />

único lugar donde podía contar con que le cuidaran. De ahí su desconcierto, su reacción<br />

de aturdimiento cuando la vio desnuda revolcándose sobre la cama con Charles. Su<br />

certidumbre se había disuelto en humillación y lo único que pudo hacer fue murmurar<br />

unas palabras de disculpa antes de salir corriendo del piso. Todo había sucedido a la<br />

vez, y aunque consiguió recuperar suficiente serenidad como para gritar sus bendiciones<br />

desde la calle, eso no fue más que un farol, un débil esfuerzo de último minuto para<br />

salvar la cara. La verdad era que se sentía como si el cielo se hubiese desplomado sobre<br />

su cabeza. Se sentía como si le hubieran arrancado el corazón.<br />

Corrió calle abajo, corrió sólo para alejarse, sin tener ni idea de qué hacer a<br />

continuación. En la esquina de la calle 3 con la Séptima Avenida vio una cabina<br />

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