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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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mesa, encuadernada en negro, encontré una copia de su tesis. Ésa fue la clave. Si no<br />

hubiese encontrado eso, creo que ninguna de las otras cosas habría llegado a suceder.<br />

»Era un estudio sobre Alexander Berkman, una reconsideración de su vida y su<br />

obra en algo más de cuatrocientas cincuenta páginas. Estoy seguro de que te has<br />

tropezado alguna vez con ese nombre. Berkman era el anarquista que le pegó un tiro a<br />

Henry Clay Frick, el hombre cuya casa es un museo en la Quinta Avenida. Eso ocurrió<br />

durante la huelga del acero de 1892, cuando Frick llamó a un ejército de guardas de<br />

seguridad y les mandó abrir fuego sobre los trabajadores. Berkman tenía entonces<br />

veinte años y era un joven judío radical que había emigrado desde Rusia unos años<br />

antes. Viajó a Pennsylvania y fue a buscar a Frick con una pistola, con la esperanza de<br />

eliminar a aquel símbolo de la opresión capitalista. Frick sobrevivió al ataque y<br />

Berkman pasó catorce años en la penitenciaría del estado. Cuando salió escribió<br />

Memorias carcelarias de un anarquista y continuó dedicado al trabajo político,<br />

principalmente con Emma Goldman. Fue director de Madre Tierra, contribuyó a fundar<br />

una escuela libertaria, dio discursos, luchó por causas como la huelga textil de<br />

Lawrence, etcétera. Cuando los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial<br />

volvieron a meterle en la cárcel, esta vez por hablar contra el reclutamiento. Dos años<br />

más tarde, poco tiempo después de quedar en libertad, él y Emma Goldman fueron<br />

deportados a Rusia. Durante su cena de despedida llegó la noticia de que Frick había<br />

muerto esa misma tarde. El único comentario de Berkman fue: “Deportado por Dios.”<br />

Un comentario exquisito, ¿no? En Rusia no tardó mucho en desilusionarse, pensaba que<br />

los bolcheviques habían traicionado la revolución; una clase de despotismo había<br />

sustituido a otro, y después que la rebelión de Kronstadt fuese aplastada en 1921,<br />

decidió emigrar de Rusia por segunda vez. Finalmente se instaló en el sur de Francia,<br />

donde vivió los últimos diez años de su vida. Escribió el Abecedario del anarquismo<br />

comunista, se mantuvo vivo haciendo traducciones, corrigiendo textos y escribiendo<br />

cosas que firmaban otros, pero aun así necesitó de la ayuda de sus amigos para subsistir.<br />

En 1936 estaba demasiado enfermo para salir adelante y, antes de continuar pidiendo<br />

limosnas, cogió una pistola y se pegó un tiro en la cabeza.<br />

»La tesis era buena. Un poco torpe y didáctica a veces, pero bien documentada y<br />

apasionada, un trabajo inteligente y concienzudo. Resultaba difícil no respetar a<br />

Dimaggio por haberla escrito, no ver que había sido un hombre con verdadera<br />

inteligencia. Teniendo en cuenta lo que yo sabía de sus actividades posteriores, la tesis<br />

era evidentemente algo más que un ejercicio académico. Era un paso en su desarrollo<br />

interior, una forma de abordar sus propias ideas acerca del cambio político. No lo decía<br />

abiertamente, pero se notaba que apoyaba a Berkman, que creía que existía una<br />

justificación moral para ciertas formas de violencia política. El terrorismo tenía un lugar<br />

en la lucha, por así decirlo. Si se usaba correctamente, podía ser un instrumento eficaz<br />

para llamar la atención sobre los temas en cuestión, para revelarle al público la<br />

naturaleza del poder institucional.<br />

»A partir de entonces no pude contenerme. Empecé a pensar en Dimaggio en<br />

todo momento, a compararme con él, a preguntarme cómo habíamos llegado a estar<br />

juntos en aquel camino de Vermont. Intuí una especie de atracción cósmica, el tirón de<br />

una fuerza inexorable. Lillian no quiso hablarme mucho de él, pero yo sabía que había<br />

sido soldado en Vietnam y que la guerra le había transformado, que había salido del<br />

ejército con una nueva comprensión de América, de la política, de su propia vida. Me<br />

fascinaba pensar que yo había estado en la cárcel a causa de esa guerra y que participar<br />

en ella le había llevado a él más o menos a mi misma posición. Ambos nos habíamos<br />

hecho escritores, ambos sabíamos que eran necesarios cambios fundamentales, pero<br />

mientras que yo empecé a perder el norte, a titubear con artículos estúpidos y<br />

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