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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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se hubiese desvanecido en el aire. Era un trabajo duro, pero después de año y medio no<br />

había dejado un solo rastro tras de sí.<br />

Tenía un apartamento barato en la zona sur de Chicago. Lo había alquilado con<br />

el nombre de Alexander Berkman, pero era más un refugio que un hogar, un lugar<br />

donde descansar entre viajes, y no pasaba más de un tercio de su tiempo allí. Sólo<br />

pensar en la vida que llevaba me hacia sentir un poco incómodo. En movimiento<br />

constante, la tensión de estar siempre fingiendo ser otra persona, la soledad... Pero<br />

Sachs despreció mi desasosiego con un encogimiento de hombros, como si no tuviera<br />

ninguna importancia. Estaba demasiado preocupado, demasiado absorto en lo que<br />

estaba haciendo para pensar en esas cosas. Si se había creado algún problema, era el de<br />

cómo enfrentarse al éxito. Con la reputación del Fantasma creciendo constantemente, se<br />

había vuelto cada vez más difícil encontrar estatuas que atacar, la mayoría de ellas<br />

estaban ahora protegidas, y si al principio había necesitado entre una y tres semanas<br />

para realizar sus misiones, la media había aumentado a casi dos meses y medio. A<br />

principios de ese verano se había visto obligado a abandonar un proyecto en el último<br />

minuto, y varios otros habían sido pospuestos, abandonados hasta el invierno, cuando<br />

las frías temperaturas sin duda disminuirían la determinación de los guardianes<br />

nocturnos. Sin embargo, por cada obstáculo que surgía habla un beneficio compensatorio,<br />

otra señal que demostraba cuánto se había extendido su influencia. En los últimos<br />

meses el Fantasma de la Libertad había sido el tema de editoriales y sermones. Había<br />

sido debatido en programas de radio que reciben llamadas de los oyentes, caricaturizado<br />

en chistes políticos, vituperado como una amenaza a la sociedad, exaltado como un<br />

hombre del pueblo. En las tiendas de novedades se vendían camisetas y chapas del<br />

Fantasma de la Libertad, habían empezado a circular chistes y hacía un mes, en<br />

Chicago, se había presentado un número de cabaret en el que el Fantasma desnudaba<br />

lentamente a la Estatua de la Libertad y luego la seducía. Estaba teniendo éxito, dijo,<br />

mucho más del que nunca hubiera creído posible. Mientras pudiera mantenerlo, estaba<br />

dispuesto a hacer frente a cualquier inconveniente, a soportar cualquier penalidad. Era<br />

la clase de cosa que diría un fanático, pensé más tarde, un reconocimiento de que ya no<br />

necesitaba una vida propia, pero hablaba con tanta felicidad, con tanto entusiasmo y tal<br />

ausencia de duda, que apenas comprendí las implicaciones de esas palabras en su<br />

momento.<br />

Había más que decir. En mi mente se habían acumulado toda clase de preguntas,<br />

pero ya había amanecido y estaba demasiado cansado para preguntar. Quería<br />

preguntarle por el dinero (cuánto le quedaba, qué iba a hacer cuando se acabase); quería<br />

saber algo más sobre su ruptura con Lillian Stern; quería preguntarle por Maria Turner,<br />

por Fanny, por el manuscrito de Leviatán (que ni siquiera se había molestado en mirar).<br />

Habla cien cabos sueltos, y yo consideraba que tenía derecho a saber aquello, que él<br />

estaba obligado a contestar a todas mis preguntas. Pero no le insistí para que continuara.<br />

Me dije que hablaríamos de todo aquello en el desayuno, ahora era el momento de irse a<br />

la cama.<br />

Cuando me desperté por la mañana, el coche de Sachs había desaparecido.<br />

Supuse que había ido a la tienda del pueblo y volvería en cualquier momento, pero<br />

después de esperar más de una hora, empecé a perder las esperanzas. No quería creer<br />

que se hubiese marchado sin despedirse, sin embargo sabia que cualquier cosa era<br />

posible. Había dejado plantados a otros anteriormente, ¿por qué había de pensar que<br />

conmigo no lo haría? Primero Fanny, luego Maria Turner, luego Lillian Stern. Tal vez<br />

yo no era más que el último en una larga serie de silenciosas partidas, otra persona a la<br />

que había tachado de su lista.<br />

A las doce y media me fui al estudio para sentarme a trabajar en mi libro. No<br />

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