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Cuando se encaminó al coche del muerto, Sachs se fijó en que tenía matrícula de<br />
California. No sabia cómo interpretar este descubrimiento, pero de todas formas le<br />
sorprendió. ¿Cuántos otros detalles se le habrían escapado? Antes de volver a la<br />
autopista y dirigirse al sur, se salió de la carretera y aparcó al lado de lo que parecía ser<br />
una gran reserva forestal. Era un lugar aislado, sin rastro de nadie en kilómetros a la<br />
redonda. Sachs abrió las cuatro puertas del coche, se puso a gatas y examinó el interior<br />
exhaustivamente. Aunque lo hizo a conciencia, los resultados de esta búsqueda fueron<br />
decepcionantes. Encontró algunas monedas encajadas en el asiento delantero, unas<br />
cuantas bolas de papel esparcidas por el suelo (envolturas de comidas rápidas, pedazos<br />
de billetes, paquetes de cigarrillos arrugados), pero nada que llevara un nombre, nada<br />
que le diera un solo dato acerca del hombre que había matado. La guantera resultó<br />
igualmente poco reveladora, ya que sólo contenía el manual del Toyota, una caja de<br />
balas del calibre 38 y un cartón sin abrir de Camel con filtro. Sólo quedaba el maletero,<br />
y cuando Sachs finalmente lo abrió, el maletero resultó ser otra historia.<br />
Había tres maletas dentro. La más grande estaba llena de ropa, artículos de<br />
afeitar y mapas. En el fondo, metido en un sobre blanco, había un pasaporte. Cuando<br />
miró la fotografía de la primera página, Sachs reconoció al hombre de la mañana; era el<br />
mismo hombre pero sin barba. El nombre era Reed Dimaggio, la inicial intermedia era<br />
N. Fecha de nacimiento: 12 de noviembre de 1950. Lugar de nacimiento: Newark, New<br />
Jersey. El pasaporte había sido expedido en San Francisco en julio de ese año y las<br />
últimas páginas estaban vacías, sin sellos de visados ni de aduanas. Sachs se preguntó si<br />
no sería falso. Dado lo que había sucedido en el bosque aquella mañana, parecía casi<br />
seguro que Dwight no era la primera persona a quien Dimaggio había asesinado y, si era<br />
un matón profesional, era posible que viajase con documentación falsa. Sin embargo, el<br />
nombre era demasiado singular, demasiado raro para no ser real. Debía de haber<br />
pertenecido a alguien, y por falta de otras pistas de la identidad del hombre, Sachs<br />
decidió aceptar que ese alguien era el hombre a quien había matado. Reed Dimaggio.<br />
Hasta que encontrara algo mejor, ése era el nombre que le daría.<br />
La siguiente era una maleta de acero, una de esas cajas plateadas y brillantes en<br />
las que los fotógrafos llevan a veces su equipo. La primera se había abierto sin<br />
necesidad de llave, pero ésta estaba cerrada y Sachs pasó media hora luchando por<br />
forzar las bisagras. Las martilleó con el gato y la llave de aflojar las ruedas, y cada vez<br />
que la caja se movía, oía el entrechocar de objetos metálicos en su interior. Supuso que<br />
eran armas: cuchillos, pistolas y balas, las herramientas del oficio de Dimaggio. Cuando<br />
la caja cedió finalmente, sin embargo, reveló una desconcertante colección de objetos<br />
diversos, en absoluto lo que Sachs había supuesto. Encontró carretes de alambre,<br />
despertadores, destornilladores, microchips, cordel, masilla y varios rollos de cinta<br />
adhesiva negra. Uno por uno, fue cogiendo cada objeto y estudiándolo, esforzándose<br />
por desentrañar su finalidad, pero ni siquiera después de haber revisado todo el<br />
contenido de la caja pudo adivinar qué significaban aquellas cosas. Sólo más tarde cayó<br />
en la cuenta, mucho después de volver a la carretera. Conduciendo hacia Nueva York<br />
esa noche, de repente comprendió que aquéllos eran los materiales para construir una<br />
bomba.<br />
La tercera pieza de equipaje era una bolsa de bolos. No había nada<br />
extraordinario en ella (era una pequeña bolsa de cuero con segmentos rojos, blancos y<br />
azules, una cremallera y un asa de plástico blanco), pero a Sachs le daba más miedo que<br />
las otras dos e instintivamente la había dejado para el final. Se daba cuenta de que allí<br />
podía haber oculta cualquier cosa. Considerando que pertenecía a un loco, a un maníaco<br />
homicida, ese cualquier cosa se volvía cada vez más monstruoso para él. Cuando<br />
terminó con las otras dos maletas, Sachs casi había perdido el valor necesario para<br />
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