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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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pretensiones literarias, Dimaggio continuó desarrollándose, continuó avanzando, y al<br />

final tuvo suficiente valor como para poner a prueba sus ideas. No es que yo crea que<br />

poner bombas en campamentos madereros sea una buena idea, pero le envidié por haber<br />

tenido los cojones de actuar. Yo nunca había movido un dedo por nada. Me había<br />

quedado sentado gruñendo y protestando durante los últimos quince años, pero a pesar<br />

de mi moralina y mi postura combativa nunca me había puesto en peligro. Yo era un<br />

hipócrita y Dimaggio no, y cuando pensaba en mi mismo en comparación con él me<br />

sentía avergonzado.<br />

»Mi primera idea fue escribir algo acerca de él. Algo similar a lo que él había<br />

escrito sobre Berkman, sólo que mejor, más profundo, un auténtico examen de su alma.<br />

Lo planeé como una elegía, un monumento en forma de libro. Si podía hacer esto por él,<br />

tal vez podría empezar a redimirme, tal vez saldría algo bueno de su muerte. Tendría<br />

que hablar con muchísimas personas, por supuesto, viajar por todo el país recogiendo<br />

información, concertar entrevistas con el mayor número de personas que pudiera<br />

encontrar: sus padres y parientes, sus compañeros del ejército, la gente con la que había<br />

ido al colegio, sus colegas de profesión, sus antiguas novias, los miembros de los Hijos<br />

del Planeta, cientos de personas diferentes. Sería un proyecto enorme, un libro que<br />

tardaría años en terminar. Pero eso era lo que me proponía. Mientras me dedicase a<br />

Dimaggio le estaría manteniendo vivo, le entregaría mi vida, por así decir, y él me la<br />

devolvería. No estoy pidiendo que lo entiendas. Apenas lo entiendo yo. Pero iba a<br />

tientas, ¿comprendes?, buscando a ciegas algo a lo que agarrarme, y durante un corto<br />

espacio de tiempo esto me pareció sólido, mejor solución que ninguna otra.<br />

»Nunca conseguí hacer nada. Me senté unas cuantas veces para tomar notas,<br />

pero no podía concentrarme, no podía organizar mis pensamientos. No sé cuál era el<br />

problema. Puede que todavía tuviese demasiada confianza en que mi relación con<br />

Lillian siguiese adelante. Puede que no creyera que me sería posible volver a escribir.<br />

Dios sabe qué era lo que me lo impedía, pero cada vez que cogía una pluma y trataba de<br />

empezar, me entraba un sudor frió, la cabeza me daba vueltas y me sentía como si<br />

estuviera a punto de caerme. Igual que aquella vez que me caí de la escalera de<br />

incendios. Era el mismo pánico, la misma sensación de vulnerabilidad, el mismo<br />

impulso hacia el olvido.<br />

»Luego sucedió algo extraño. Iba andando por Telegraph Avenue una mañana<br />

para buscar mi coche cuando vi a alguien que conocía de Nueva York. Cal Stewart, el<br />

director de una revista para la cual había escrito un par de artículos a principios de los<br />

años ochenta. Era la primera vez desde que había llegado a California que veía a alguien<br />

que conocía, y la idea de que él pudiese reconocerme me hizo detenerme en seco. Si una<br />

sola persona sabia dónde me encontraba, estaría acabado, estaría absolutamente<br />

destruido. Me metí en la primera puerta que encontré, sólo para no estar en la calle.<br />

Resultó ser una librería de viejo, un local grande de techos altos con seis o siete<br />

habitaciones. Fui hasta el fondo y me escondí detrás de unas estanterías altas, mientras<br />

mi corazón latía con fuerza y yo intentaba dominarme. Había una montaña de libros<br />

delante de mí, millones de palabras apiladas unas sobre otras, todo un universo de<br />

literatura desechada, los libros que ya nadie quería, que habían sido vendidos, que<br />

habían sobrevivido a su utilidad. No me di cuenta al principio, pero casualmente estaba<br />

en la sección de narrativa norteamericana, y justo allí, a la altura de mis ojos, lo primero<br />

que vi cuando empecé a mirar los títulos fue un ejemplar de El nuevo coloso, mi<br />

pequeña contribución a aquel cementerio. Era una coincidencia asombrosa, algo que me<br />

impresionó tanto que pensé que tenía que ser un presagio.<br />

»No me preguntes por qué lo compré. No tenía ninguna intención de leerlo, pero<br />

una vez que lo vi en el estante, supe que tenía que llevármelo. El objeto físico, la cosa<br />

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