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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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igada de bomberos voluntarios de Newfane. La temporada oficial había terminado la<br />

semana anterior, y el primer partido de desempate estaba programado para aquella<br />

tarde. “Si el tiempo aguanta”, añadió varias veces, “si el tiempo aguanta y no llueve.”<br />

Dwight era el jugador de primera base y el número dos de la liga en carreras completas,<br />

un mozo fornido al estilo de Moose Skowron. Sachs le dijo que intentaría ir al campo a<br />

verle y Dwight le contestó con toda seriedad que valdría la pena, que ciertamente sería<br />

un partido fantástico. Sachs no podía evitar sonreír, estaba desgreñado y sin afeitar,<br />

había zarzas y partículas de hojas pegadas a su ropa y la nariz le chorreaba como un<br />

grifo. Probablemente parecía un vagabundo, pero Dwight no le hizo ninguna pregunta<br />

personal. No le preguntó por qué iba andando por una carretera desierta, no le preguntó<br />

dónde vivía, ni siquiera le preguntó su nombre. Puede que fuera un bobalicón, pensó<br />

Sachs, o puede que fuera simplemente un buen chico, pero, fuese lo que fuese, resultaba<br />

difícil no agradecer aquella discreción. De pronto Sachs lamentó haber estado tan<br />

retirado durante los últimos meses. Debería haber salido y haberse tratado un poco más<br />

con sus vecinos; debería haber hecho un esfuerzo para saber algo acerca de la gente que<br />

le rodeaba. Casi como una cuestión ética, se dijo que no debía olvidar el partido de<br />

softball de aquella noche. Le haría bien, pensó, le daría algo en que pensar que no fuese<br />

su libro. Si tenía personas con quien hablar, tal vez no sería tan probable que se perdiese<br />

la próxima vez que saliera a pasear por el bosque. Cuando Dwight le dijo dónde<br />

estaban, Sachs se asustó de hasta qué punto se había alejado de su camino.<br />

Evidentemente había subido la colina y luego había bajado por el otro lado, y había<br />

acabado dos pueblos más al este de donde vivía. Había cubierto sólo quince kilómetros<br />

a pie, pero la distancia de regreso en coche era bastante más de cuarenta y cinco. Sin<br />

ninguna razón especial, decidió contarle todo el asunto a Dwight. Por gratitud, quizá, o<br />

simplemente porque ahora lo encontraba gracioso. Puede que el chico se lo contase a<br />

sus compañeros de equipo y todos se rieran a su costa. A Sachs no le importaba. Era un<br />

cuento ejemplar, el clásico chiste de tontos, y no le importaba ser blanco de las burlas<br />

por su propia tontería. El señorito de ciudad hace de Daniel Boone en los bosques de<br />

Vermont y ya veis lo que le pasa, chicos. Pero una vez que empezó a contar sus<br />

desventuras, Dwight respondió con inesperada compasión, lo mismo le había ocurrido a<br />

él una vez, le contó a Sachs, y no le hizo ni pizca de gracia. Sólo tenía once o doce años,<br />

y se asustó muchísimo, se pasó toda la noche acurrucado detrás de un árbol esperando<br />

que un oso le atacara. Sachs no estaba seguro, pero sospechaba que Dwight estaba<br />

inventándose esa historia para hacerle sentir un poco menos desdichado. En cualquier<br />

caso, el chico no se rió de él. Por el contrario, una vez que oyó la historia de Sachs,<br />

incluso se ofreció a llevarle a casa. Ya llegaba tarde, dijo, pero unos minutos más no<br />

importarían, y si él estuviera en el lugar de Sachs le gustaría que alguien hiciera lo<br />

mismo por él.<br />

En ese momento iban por una carretera asfaltada, pero Dwight dijo que conocía<br />

un atajo para ir a casa de Sachs. Significaba dar la vuelta y retroceder dos o tres<br />

kilómetros, pero una vez que hizo los cálculos en su cabeza, decidió que valía la pena<br />

cambiar de rumbo, así que frenó bruscamente, dio la vuelta en medio de la carretera y<br />

siguió en la otra dirección. El atajo resultó ser un sendero estrechísimo, una cinta de<br />

tierra de una sola dirección y llena de baches que atravesaba un oscuro y espeso bosque.<br />

Poca gente lo conocía, dijo Dwight, pero si no estaba equivocado les llevaría a otro<br />

camino de tierra un poco más ancho y ese segundo camino les escupiría en la autopista<br />

del condado a unos seis kilómetros de la casa de Sachs. Probablemente Dwight sabía lo<br />

que decía, pero nunca tuvo la oportunidad de demostrar la exactitud de su teoría. Menos<br />

de dos kilómetros después de que tomaran el primer camino de tierra, tropezaron con<br />

algo inesperado. Y antes de que pudiesen rodearlo, su viaje llegó a su fin.<br />

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