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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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de verle. Si lo sabía, actuar como si no lo supiera seria un insulto. Y si no lo sabía, cada<br />

minuto pasado en su compañía seria una tortura.<br />

Trabajé en mi novela, me ocupé de David, esperé a que Maria regresase a la<br />

ciudad. En circunstancias normales, Sachs me habría llamado al cabo de dos o tres días.<br />

Rara vez pasaba más tiempo sin que nos llamásemos, y ahora que había vuelto de su<br />

aventura en Hollywood esperaba saber de él. Pero pasaron tres días, y luego otros tres, y<br />

poco a poco comprendí que Fanny le había hecho partícipe del secreto. No había<br />

ninguna otra explicación posible. Supuse que eso significaba que nuestra amistad había<br />

terminado y que nunca volvería a verle. Justo cuando estaba a punto de enfrentarme a<br />

esta idea (en el séptimo u octavo día), sonó el teléfono y allí estaba Sachs al otro<br />

extremo de la línea, al parecer en excelente forma, gastando bromas con el mismo<br />

entusiasmo de siempre. Traté de ponerme a la altura de su animación, pero estaba<br />

demasiado desconcertado para hacerlo de un modo convincente. Me temblaba la voz y<br />

dije todo lo que no debía. Cuando me invitó a cenar aquella noche, inventé una excusa y<br />

le dije que le llamaría al día siguiente para quedar en algo. No le llamé. Pasaron dos<br />

días más y entonces Sachs volvió a llamarme, aún de excelente humor, como si nada<br />

hubiese cambiado entre nosotros. Hice todo lo que pude por rechazarle, pero esta vez él<br />

no aceptó una negativa. Propuso invitarme a almorzar aquella misma tarde, y antes de<br />

que se me ocurriese un modo de escaparme, me oí aceptando su invitación. Quedamos<br />

en encontrarnos en Costello’s, un pequeño restaurante de Court Street a pocas manzanas<br />

de mi casa, al cabo de dos horas. Si yo no aparecía, él sencillamente vendría a mi<br />

apartamento y llamaría a la puerta. No había sido lo bastante rápido y ahora iba a tener<br />

que dar la cara.<br />

Él ya estaba allí cuando llegué, sentado en un compartimento al fondo del<br />

restaurante. Tenía extendido ante sí sobre la mesa de formica el New York Times y<br />

parecía absorto en lo que estaba leyendo, mientras fumaba un cigarrillo y sacudía<br />

distraídamente la ceniza en el suelo después de cada chupada. Esto ocurría a principios<br />

de 1980, la época de la crisis de los rehenes en Irán, de las atrocidades de los jemeres<br />

rojos en Camboya, de la guerra de Afganistán. El sol de California había aclarado el<br />

pelo de Sachs y su cara bronceada estaba salpicada de pecas. Pensé que tenía buen<br />

aspecto, parecía más descansado que la última vez que le había visto. Mientras me<br />

dirigía a la mesa, me pregunté cuánto tendría que acercarme antes de que se diese<br />

cuenta de que estaba allí. Cuanto antes suceda, peor será nuestra conversación, me dije.<br />

Que levantara la vista querría decir que estaba preocupado, lo cual demostraría que<br />

Fanny ya le había hablado. Por el contrario, si mantenía la nariz pegada a su periódico,<br />

eso indicaría que estaba tranquilo, lo cual podía significar que Fanny aún no le había<br />

hablado. Cada paso que yo diera por el restaurante lleno de gente sería una señal a mi<br />

favor, una pequeña prueba de que él todavía estaba a oscuras, de que todavía no sabía<br />

que yo le había engañado. Llegué hasta el compartimento sin recibir una sola mirada.<br />

-Tiene usted un estupendo bronceado, Mr. Hollywood -dije.<br />

Mientras me sentaba en el banco frente a él, Sachs levantó la cabeza<br />

bruscamente, me miró sin expresión por un momento y luego sonrió. Era como si no me<br />

esperase, como si yo hubiese aparecido de repente en el compartimento por casualidad.<br />

Eso era llevar las cosas demasiado lejos, pensé, y en el breve silencio que precedió a su<br />

respuesta, se me ocurrió que sólo había fingido estar distraído. En ese caso, el periódico<br />

no era más que un punto de apoyo. Había estado todo el tiempo esperando a que llegase,<br />

pasando las hojas simplemente, mirando ciegamente las palabras sin molestarse en<br />

leerlas.<br />

-Tú tampoco tienes mal aspecto -dijo-. El frío debe sentarte bien.<br />

-No me molesta. Después de pasar el invierno pasado en el campo, esto me<br />

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