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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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Lillian no había cambiado. Era la misma chica estupenda que había conocido siempre.<br />

Alocada, traviesa, excitante. No se consideraba a sí misma una furcia o una mujer caída,<br />

su conciencia estaba limpia. Eso era lo que me impresionaba tanto: su absoluta libertad<br />

interior, su forma de vivir de acuerdo con sus propias normas sin importarle un comino<br />

lo que pensaran los demás. Por entonces yo ya había hecho algunas cosas bastante<br />

excesivas. El proyecto de Nueva Orleans, el proyecto de “La dama desnuda”. Iba un<br />

poco más lejos cada vez, poniendo a prueba los límites de lo que era capaz de hacer.<br />

Pero, comparada con Lillian, me sentía como una bibliotecaria solterona, una virgen<br />

patética que no había hecho mucho en ningún terreno. Pensé para mis adentros: si ella<br />

puede hacerlo, ¿por qué yo no?<br />

-Estás de broma.<br />

-Espera, déjame terminar. Fue más complicado de lo que parece. Cuando le<br />

conté a Lillian lo de la libreta de direcciones y la gente con la que iba a hablar, le<br />

pareció algo fantástico, la cosa más sensacional que había oído. Quiso ayudarme. Quiso<br />

ir entrevistando a la gente de la libreta, como iba a hacer yo. Recuerda que era actriz, y<br />

la idea de fingir que era yo le entusiasmó. Estaba positivamente inspirada.<br />

-Así que cambiasteis los papeles. ¿Es eso lo que estás tratando de decirme?<br />

Lillian te convenció para que hicierais un intercambio de personalidad.<br />

-Nadie convenció a nadie de nada. Lo decidimos juntas.<br />

-Pero...<br />

-Pero nada. Fuimos socias a partes iguales desde el principio hasta el final. Y el<br />

hecho es que la vida de Lillian cambió a causa de eso. Se enamoró de uno de los<br />

hombres que aparecía en la libreta y acabó casándose con él.<br />

-La historia se vuelve cada vez más extraña.<br />

-Fue extraño, ciertamente. Lillian salió con una de mis cámaras y la libreta de<br />

direcciones, y la quinta o sexta persona a la que vio era el hombre que llegaría a ser su<br />

marido. Yo sabía que había una historia oculta en esa libreta. Pero era la historia de<br />

Lillian, no la mía.<br />

-¿Y tú conociste a ese hombre? ¿No se lo estaba inventando?<br />

-Fui testigo de su boda en el ayuntamiento. Que yo sepa, Lillian nunca le contó<br />

cómo se ganaba la vida, pero ¿por qué tenía que saberlo? Ahora viven en Berkeley,<br />

California. Él es catedrático, un tipo estupendo.<br />

-¿Y a ti cómo te fueron las cosas?<br />

-No tan bien. Ni mucho menos. El mismo día que Lillian salió con mi cámara de<br />

repuesto, ella tenía una cita por la tarde con uno de sus clientes habituales, Cuando<br />

llamó aquella mañana para confirmarlo, Lillian le explicó que su madre estaba enferma<br />

y ella tenía que marcharse de la ciudad. Le había pedido a una amiga que la sustituyese,<br />

y si a él no le importaba ver a otra por aquella vez, le garantizaba que no lo lamentaría.<br />

No recuerdo las palabras exactas, pero ése era más o menos el mensaje. Me puso por las<br />

nubes, y después de un poco de persuasión el hombre aceptó. Así que allí estaba yo,<br />

sola en el piso de Lillian aquella tarde, esperando a que sonara el timbre, preparándome<br />

para echar un polvo con un hombre al que no había visto nunca. Se llamaba Jerome, un<br />

hombrecito cuadrado de cuarenta y tantos años con vello en los nudillos y los dientes<br />

amarillos. Era vendedor de no sé qué. Bebidas alcohólicas al por mayor, pero lo mismo<br />

podían haber sido lápices u ordenadores. Da igual. Llamó al timbre a las tres en punto, y<br />

en el mismo momento en que entró en el piso, comprendí que no podría llegar hasta el<br />

final. Si hubiese sido medianamente atractivo tal vez habría podido reunir el valor<br />

suficiente, pero, con un tipo como Jerome, sencillamente no era posible. Él tenía prisa y<br />

no paraba de mirar el reloj, deseoso de empezar, acabar de una vez y marcharse. Le<br />

seguí la corriente, sin saber qué hacer, tratando de pensar en algo mientras entrábamos<br />

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