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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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-¿Y no puede esperar hasta mañana?<br />

-No. Tengo que hablar con usted ahora. Concédame media hora y luego la dejaré<br />

en paz. Se lo prometo.<br />

Sin decir una palabra más, Lillian Stern sacó un llavero del bolsillo de su abrigo,<br />

subió los escalones y abrió la puerta de la casa. Sachs cruzó el umbral tras ella y entró<br />

en el recibidor a oscuras. Nada estaba sucediendo como él lo habla imaginado, e incluso<br />

después de que ella encendiera la luz, incluso después de verla subir la escalera para<br />

llevar a su hija a la cama, se preguntó cómo iba a encontrar el valor de hablar con ella,<br />

de decirle lo que había ido a decirle.<br />

Oyó que cerraba la puerta del dormitorio de su hija, pero en lugar de volver<br />

abajo entró en otra habitación y utilizó el teléfono. Él oyó claramente que marcaba un<br />

número, pero luego, justo cuando pronunciaba el nombre de Maria, cerró la puerta de<br />

un portazo y él no pudo oír la conversación que siguió. La voz de Lillian se filtraba por<br />

el techo como un rumor sin palabras, un errático murmullo de suspiros y pausas y<br />

estallidos ahogados. A pesar de que deseaba desesperadamente saber lo que decía, no<br />

lograba entenderlo por más que aguzara el oído, y abandonó el esfuerzo después de un<br />

minuto o dos. Cuanto más duraba la conversación, más nervioso se ponía. Sin saber qué<br />

hacer, dejó su puesto al pie de la escalera y empezó a vagar por las habitaciones de la<br />

planta baja. Había sólo tres y todas estaban en un lamentable desorden. Había platos<br />

sucios amontonados en el fregadero de la cocina; el cuarto de estar era un caos de<br />

cojines tirados por el suelo, sillas volcadas y ceniceros rebosantes; la mesa del comedor<br />

se había venido abajo. Una por una, Sachs encendió las luces y luego las apagó. Era un<br />

lugar miserable, descubrió, una casa de infelicidad y zozobra, y le aturdía sólo mirarla.<br />

La conversación telefónica duró quince o veinte minutos mas. Cuando oyó que<br />

Lillian colgaba, Sachs estaba de nuevo en el recibidor, esperándola al pie de la escalera.<br />

Ella bajaba con expresión ceñuda y malhumorada, y por el ligero temblor que detectó en<br />

su labio inferior, Sachs dedujo que había estado llorando. El abrigo que llevaba antes<br />

había desaparecido y había sido sustituido el vestido por unos vaqueros y una camiseta<br />

blanca. Se fijó en que iba descalza y llevaba las uñas pintadas de un rojo vivo. Aunque<br />

él la miraba directamente todo el tiempo, ella se negó a devolverle la mirada mientras<br />

descendía la escalera. Cuando llegó abajo, él se apartó para dejarla pasar, y sólo<br />

entonces, cuando iba camino de la cocina, se detuvo y se volvió hacia él, hablándole por<br />

encima del hombro izquierdo.<br />

-Maria dice que le dé saludos de su parte -dijo-. También dice que no entiende<br />

qué hace usted aquí.<br />

Sin esperar una respuesta, continuó y entró en la cocina. Sachs no sabía si quería<br />

que le siguiera o que se quedara donde estaba, pero decidió entrar. Ella encendió la luz<br />

del techo, soltó un leve gemido al ver el estado de la habitación y luego le dio la espalda<br />

y abrió un armario. Sacó una botella de Johnnie Walker, encontró un vaso vacío en otro<br />

armario y se sirvió un whisky. Habría sido imposible no ver la hostilidad que se<br />

escondía en aquel gesto. Ni le ofreció una copa, ni le pidió que se sentara, y de pronto<br />

Sachs comprendió que estaba a punto de perder el control de la situación. Había sido<br />

iniciativa suya, después de todo, y ahora estaba allí con ella, inexplicablemente<br />

vacilante y mudo, sin tener idea de cómo empezar. Ella bebió un sorbo de su vaso y le<br />

miró desde el otro lado de la habitación.<br />

-Maria dice que no entiende qué está usted haciendo aquí -repitió.<br />

Su voz era ronca e inexpresiva, y sin embargo esa misma inexpresividad<br />

transmitía desdén, un desdén que rayaba en el desprecio.<br />

-No -dijo Sachs-, supongo que no.<br />

-Si tiene usted algo que decirme, más vale que me lo diga ya. Y luego quiero<br />

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