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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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la mentira que ella le había dicho. Lillian no acudió a casa aquella noche, y él casi se<br />

alegró de quedarse solo, de ahorrarse la incomodidad de tener que verla. No había nada<br />

que decir, después de todo. Si le mencionaba dónde había estado aquella tarde, su<br />

secreto sería descubierto y eso destruiría cualquier posibilidad que aún tuviera con ella.<br />

A la larga, tal vez había sido una suerte pasar por aquello entonces y no más tarde.<br />

Tendría que ser más cuidadoso con sus sentimientos, se dijo. Se acabaron los gestos<br />

impulsivos, se acabaron los arranques de entusiasmo. Era una lección que necesitaba<br />

aprender, y esperaba no olvidarla.<br />

Pero la olvidó. Y no sólo con el tiempo, sino al día siguiente. Una vez más,<br />

había ya anochecido. Una vez más, él ya había acostado a Maria y estaba acampado en<br />

el sofá de la sala, aún despierto esta vez, leyendo uno de los libros de Lillian sobre la<br />

reencarnación. Le horrorizó que a ella pudiera interesarle semejante charlatanería y<br />

continuó leyéndolo con una especie de sarcasmo vengativo, estudiando cada página<br />

como si fuera un testamento de la estupidez de ella, de la asombrosa superficialidad de<br />

su mente. Era una ignorante, una descerebrada mezcla de manías e ideas incompletas.<br />

¿Cómo podía esperar que una persona así le entendiera, que asimilara la décima parte de<br />

lo que él estaba haciendo? Pero luego, justo cuando estaba a punto de cerrar el libro y<br />

apagar la luz, Lillian entró por la puerta principal, la cara arrebolada por el alcohol, con<br />

el vestido negro más ajustado y escueto que él había visto nunca, y no pudo evitar<br />

sonreír al verla. Era así de arrebatadora. Era así de guapa y, ahora que estaba de pie en<br />

la habitación con él, Sachs no podía apartar los ojos de ella.<br />

-Hola, chico -dijo ella-. ¿Me has echado de menos?<br />

-Sin cesar -dijo él-. Desde el último minuto que te vi hasta ahora mismo.<br />

Pronunció la frase con suficiente arrojo como para que sonara a broma, a burla<br />

jocosa, pero la verdad era que lo decía en serio.<br />

-Estupendo. Porque yo también te he echado de menos.<br />

Ella se detuvo delante de la mesita baja, soltó una risita y luego dio una vuelta<br />

completa con los brazos extendidos como una modelo, girando hábilmente sobre la<br />

punta de sus pies.<br />

-¿Qué te parece mi vestido? -preguntó-. Seiscientos dólares en una rebaja. Un<br />

auténtico chollo ,¿no crees?<br />

-Valía hasta el último centavo. Y es justo el tamaño adecuado. Si fuera un poco<br />

más pequeño, la imaginación no tendría nada que hacer. Casi no lo llevarías cuando te<br />

lo pusieras.<br />

-Ésa es la idea. Sencillo y seductor.<br />

-No estoy seguro de que sea sencillo. Lo otro sí, pero decididamente no es<br />

sencillo.<br />

-Pero tampoco ordinario.<br />

-No, en absoluto. Está demasiado bien hecho para serlo.<br />

-Estupendo. Alguien me dijo que era ordinario y quería conocer tu opinión antes<br />

de quitármelo.<br />

-¿Quieres decir que el desfile de modelos se ha terminado?<br />

-Por completo. Se está haciendo tarde y no puedes esperar que una mujer de mi<br />

edad se pase toda la noche de pie.<br />

-Mala suerte. Justo cuando estaba empezando a disfrutarlo.<br />

-Eres un poco lerdo a veces, ¿no?<br />

-Probablemente. En general se me dan bien las cosas complicadas, pero las<br />

cosas sencillas tienden a confundirme.<br />

-Como quitar un vestido, supongo. Si tardas un poco más, voy a tener que<br />

quitármelo yo misma. Y eso no tendría tanta gracia, ¿verdad?<br />

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