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museo. Eso fue en el otoño de 1976. En el tiempo que transcurrió entre que encontraron<br />
el piso y se mudaron a él, mi mujer, Delia, descubrió que estaba embarazada. Casi<br />
enseguida empezamos a hacer planes para mudarnos nosotros también. Nuestro<br />
apartamento de Riverside Drive era demasiado pequeño para acoger a un niño y, dado<br />
que las cosas ya se estaban volviendo inestables entre nosotros, pensamos que podrían<br />
mejorar si dejábamos la ciudad por completo. Entonces yo me dedicaba exclusivamente<br />
a traducir libros y, por lo que al trabajo se refiere, daba igual dónde viviésemos.<br />
No puedo decir que tenga el menor deseo de hablar ahora de mi primer<br />
matrimonio. Sin embargo, en la medida en que afecta a la historia de Sachs, no creo que<br />
pueda evitar el tema por completo. Una cosa lleva a la otra y, me guste o no, yo soy<br />
parte de lo sucedido tanto como cualquier otro. De no haber sido por la ruptura de mi<br />
matrimonio con Delia Bond, nunca habría conocido a Maria Turner, y si no hubiese<br />
conocido a Maria Turner, nunca me habría enterado de la existencia de Lillian Stern, y<br />
si no me hubiese enterado de la existencia de Lillian Stern, no estaría aquí sentado<br />
escribiendo este libro. Cada uno de nosotros está relacionado de alguna manera con la<br />
muerte de Sachs y no me será posible contar su historia sin contar al mismo tiempo cada<br />
una de nuestras historias. Todo está relacionado con todo, cada historia se solapa con<br />
las demás. Por muy horrible que me resulte decirlo, comprendo ahora que yo soy quien<br />
nos unió a todos. Tanto como el propio Sachs, yo soy el punto donde comienza todo.<br />
La secuencia pormenorizada es la siguiente: perseguí a Delia a temporadas<br />
durante siete años (1967-1974), la convencí de que se casase conmigo (1975), nos<br />
fuimos a vivir al campo (marzo de 1977), nació nuestro hijo David (junio de 1977), nos<br />
separamos (noviembre de 1978). Durante los dieciocho meses que estuve fuera de<br />
Nueva York, me mantuve en estrecho contacto con Sachs, pero nos vimos menos que<br />
antes. Las postales y las cartas sustituyeron a las conversaciones nocturnas en los bares,<br />
y nuestros contactos fueron necesariamente más limitados y formales. Fanny y Ben<br />
vinieron a pasar un fin de semana con nosotros en el campo y Delia y yo les visitamos<br />
en su casa de Vermont un verano durante unos días, pero estas reuniones carecían de la<br />
cualidad anárquica e improvisada que tenían nuestros encuentros en el pasado. Sin<br />
embargo, no hubo menoscabo en la amistad. De cuando en cuando yo tenía que ir a<br />
Nueva York por motivos de trabajo: entregar manuscritos, firmar contratos, recoger<br />
trabajo, comentar proyectos con los editores. Esto sucedía dos o tres veces al mes, y<br />
siempre que estaba allí pasaba la noche en casa de Fanny y Ben en Brooklyn. La<br />
estabilidad de su matrimonio tenía un efecto tranquilizador para mí, y si pude mantener<br />
una apariencia de cordura durante ese período, creo que, en parte por lo menos, se debió<br />
a ellos. Volver a ver a Delia a la mañana siguiente podía resultar difícil, sin embargo. El<br />
espectáculo de la felicidad doméstica que acababa de presenciar me hacía comprender<br />
que había estropeado las cosas gravemente para mí mismo. Comencé a temer<br />
sumergirme en mi propia confusión, en la profunda espesura del desorden que había<br />
crecido a mi alrededor.<br />
No me voy a poner a especular respecto a qué fue lo que nos hundió. El dinero<br />
escaseaba durante los últimos dos años que pasamos juntos, pero no quiero citar eso<br />
como causa directa Un buen matrimonio puede soportar cualquier presión externa, un<br />
mal matrimonio se resquebraja. En nuestro caso, la pesadilla comenzó a las pocas horas<br />
de marcharnos de la ciudad, y ese algo frágil que nos había mantenido unidos se deshizo<br />
de forma permanente.<br />
Dada nuestra falta de dinero, el plan original era bastante cauto: alquilar una<br />
casa en alguna parte y ver si la vida en el campo nos iba bien o no. Si nos gustaba, nos<br />
quedaríamos; si no nos gustaba, volveríamos a Nueva York cuando se terminase el<br />
contrato de alquiler. Pero luego intervino el padre de Delia y nos ofreció adelantarnos<br />
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