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gente que conocíamos, en especial para unos amigos íntimos como los Sachs. Fanny,<br />
sin embargo, al parecer había tenido ciertas sospechas desde el principio. Cuando les di<br />
la noticia en su piso la primera noche que pasé separado de Delia, ella calló durante un<br />
momento cuando yo acabé de hablar y luego dijo:<br />
-Es algo duro de tragar, Peter, pero en cierto modo probablemente sea lo mejor.<br />
Con el paso del tiempo, creo que vas a ser mucho más feliz así.<br />
Ese año dieron muchas cenas y me invitaron a casi todas. Fanny y Ben conocían<br />
a muchísima gente, y parecía que medio Nueva York había acabado sentado a la larga<br />
mesa oval de su comedor en una ocasión u otra. Artistas, escritores, catedráticos,<br />
críticos, editores, galeristas, todos iban hasta Brooklyn, se atiborraban con la comida de<br />
Fanny y bebían y charlaban hasta bien entrada la noche. Sachs era siempre el maestro<br />
de ceremonias, un maníaco efusivo que contribuía a que las conversaciones se<br />
mantuvieran animadas con chistes oportunos y comentarios provocativos, y yo llegué a<br />
depender de aquellas cenas como mi única fuente de entretenimiento. Mis amigos<br />
velaban por mí y hacían todo lo que estaba en su mano para mostrar al mundo que<br />
estaba de nuevo en circulación. Nunca hablaron explícitamente de emparejarme, pero<br />
aquellas noches se presentaron en su casa suficientes mujeres libres como para hacerme<br />
comprender que se preocupaban de verdad por mis intereses.<br />
A principios de 1979, unos tres o cuatro meses después de mi regreso a Nueva<br />
York, conocí a alguien que desempeñaría un papel fundamental en la muerte de Sachs.<br />
Maria Turner tenía entonces veintisiete o veintiocho años y era una mujer alta, dueña de<br />
sí misma, con el pelo rubio muy corto y una cara huesuda y angulosa. Estaba lejos de<br />
ser bella, pero había una intensidad en sus ojos grises que me atraía, y me gustaba la<br />
forma en que se movía dentro de su ropa, con una especie de gracia sensual decorosa,<br />
una reserva que se desenmascaraba en pequeños destellos de descuido erótico: dejar que<br />
su falda resbalara hacia arriba sobre sus muslos cuando cruzaba o descruzaba las<br />
piernas, por ejemplo, o la forma en que me tocaba la mano siempre que le encendía un<br />
cigarrillo. No es que fuese una provocadora o intentase explícitamente excitar. Me<br />
pareció una buena chica burguesa que dominaba las reglas del comportamiento social,<br />
pero al mismo tiempo era como si ya no creyese en ellas, como si fuese por la vida con<br />
un secreto que tal vez estaría dispuesta a compartir o tal vez no, dependiendo de cómo<br />
se sintiera en ese momento.<br />
Vivía en una buhardilla en Duane Street, no lejos de mi habitación de Varick, y<br />
cuando la fiesta terminó aquella noche compartimos un taxi hasta Manhattan. Ese fue el<br />
principio de lo que llegó a ser una alianza sexual que duró cerca de dos años. Utilizo esa<br />
frase como una descripción clínica precisa, pero eso no significa que nuestras relaciones<br />
fuesen únicamente físicas, que no tuviésemos ningún interés por el otro más allá de los<br />
placeres que encontrábamos en la cama. Sin embargo, lo que ocurría entre nosotros<br />
carecía de aderezos románticos o ilusiones sentimentales, y la naturaleza de nuestro<br />
entendimiento no cambió significativamente después de aquella primera noche. Maria<br />
no estaba ávida del tipo de vínculos que la mayoría de la gente parece desear, y el amor<br />
en el sentido tradicional era algo ajeno a ella, una pasión que quedaba fuera de la esfera<br />
de sus capacidades. Dado mi propio estado interior en aquella época, yo estaba<br />
perfectamente dispuesto a aceptar las condiciones que ella me impuso. No nos<br />
exigíamos nada, nos veíamos sólo intermitentemente, llevábamos vidas estrictamente<br />
independientes. Y, sin embargo, había un sólido afecto entre nosotros, una intimidad<br />
que nunca he podido conseguir con nadie más. Me costó algún tiempo adaptarme, no<br />
obstante. Al principio la encontraba un poco aterradora, quizá incluso perversa (lo cual<br />
añadía cierta excitación a nuestros contactos iniciales), pero con el paso del tiempo<br />
comprendí que era solamente una excéntrica, una persona heterodoxa que vivía su vida<br />
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