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ofrecimiento de la mujer abrumada, y durante los dos días siguientes yo también fui<br />
presa del pánico, mientras rebuscaba frenéticamente en el diminuto mundo de mi<br />
colección de relatos algo que no me avergonzase, unos párrafos que fuesen lo bastante<br />
buenos como para exponérselos a una sala llena de extraños. El viernes por la tarde<br />
entré en varias librerías y pedí la novela de Sachs. Me parecía lo correcto haber leído<br />
algo de su obra antes de conocerle, pero el libro había sido publicado dos años antes y<br />
nadie lo tenía.<br />
La casualidad quiso que la lectura nunca se realizase. El viernes por la noche<br />
hubo una inmensa tormenta procedente del Medio Oeste y el sábado por la mañana<br />
había caído medio metro de nieve sobre la ciudad. Lo razonable habría sido ponerse en<br />
contacto con la mujer que me había llamado, pero por un estúpido descuido no le había<br />
pedido su número de teléfono, y como a la una todavía no había tenido noticias suyas,<br />
supuse que debía ir al centro lo más rápidamente posible. Me puse el abrigo y los<br />
chanclos, metí el manuscrito de mi cuento más reciente en un bolsillo y caminé<br />
trabajosamente por Riverside Drive en dirección a la estación de metro de la calle 116<br />
esquina a Broadway. El cielo estaba empezando a aclarar, pero las calles y las aceras<br />
continuaban cubiertas de nieve y apenas había tráfico. En medio de altos montes de<br />
nieve junto al bordillo habían sido abandonados unos cuantos coches y camiones y de<br />
vez en cuando un vehículo solitario avanzaba centímetro a centímetro por la calle,<br />
patinando cada vez que el conductor trataba de pararse en un semáforo en rojo.<br />
Normalmente habría disfrutado de aquella confusión, pero hacia un día demasiado<br />
horrible como para sacar la nariz de la bufanda. La temperatura había ido descendiendo<br />
constantemente desde el amanecer y ahora en el ambiente se respiraba un intenso frío,<br />
acompañado de violentos golpes de viento procedentes del Hudson, ráfagas enormes<br />
que literalmente empujaban mi cuerpo. Estaba aterido cuando llegué a la estación de<br />
metro, pero a pesar de todo parecía que los trenes seguían funcionando. Esto me<br />
sorprendió, y mientras bajaba las escaleras y compraba el billete supuse que quería decir<br />
que, a pesar de todo, la lectura se celebraría.<br />
Llegué a la Taberna de Nashe a las dos y diez. Estaba abierta, pero una vez mis<br />
ojos se acostumbraron a la oscuridad del interior, vi que no había nadie. Un camarero<br />
con un delantal blanco estaba detrás de la barra, secando metódicamente los vasos con<br />
un paño rojo. Era un hombre corpulento de unos cuarenta años y me estudió<br />
cuidadosamente mientras me acercaba, casi como si lamentase aquella interrupción de<br />
su soledad.<br />
-¿No se suponía que aquí había una lectura dentro de unos veinte minutos?<br />
-pregunté.<br />
En el mismo momento en que las palabras salieron de mi boca, me sentí<br />
estúpido por decirlas.<br />
-Se ha cancelado -dijo el camarero-. Con toda esa nieve ahí fuera no tendría<br />
mucho sentido. La poesía es algo hermoso, pero no vale la pena que se te congele el<br />
culo por ella. Me senté en uno de los taburetes de la barra y pedí un bourbon. Todavía<br />
estaba tiritando por mi caminata sobre la nieve y quería calentarme las tripas antes de<br />
aventurarme a salir de nuevo. Me liquidé la bebida en dos tragos y pedí otra porque la<br />
primera me había sabido muy bien. Iba por la mitad de mi segundo bourbon cuando otro<br />
cliente entró en el bar. Era un hombre joven, alto, sumamente delgado, con la cara<br />
estrecha y una abundante barba castaña. Le observé mientras daba patadas en el suelo<br />
un par de veces, batía palmas con las manos enguantadas y exhalaba ruidosamente a<br />
consecuencia del frío. No había duda de que tenía una pinta extraña, tan alto dentro de<br />
su abrigo apolillado, con una gorra de béisbol de los Knicks de Nueva York en la<br />
cabeza y una bufanda azul marino envuelta sobre la gorra para proteger las orejas.<br />
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