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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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ofrecimiento de la mujer abrumada, y durante los dos días siguientes yo también fui<br />

presa del pánico, mientras rebuscaba frenéticamente en el diminuto mundo de mi<br />

colección de relatos algo que no me avergonzase, unos párrafos que fuesen lo bastante<br />

buenos como para exponérselos a una sala llena de extraños. El viernes por la tarde<br />

entré en varias librerías y pedí la novela de Sachs. Me parecía lo correcto haber leído<br />

algo de su obra antes de conocerle, pero el libro había sido publicado dos años antes y<br />

nadie lo tenía.<br />

La casualidad quiso que la lectura nunca se realizase. El viernes por la noche<br />

hubo una inmensa tormenta procedente del Medio Oeste y el sábado por la mañana<br />

había caído medio metro de nieve sobre la ciudad. Lo razonable habría sido ponerse en<br />

contacto con la mujer que me había llamado, pero por un estúpido descuido no le había<br />

pedido su número de teléfono, y como a la una todavía no había tenido noticias suyas,<br />

supuse que debía ir al centro lo más rápidamente posible. Me puse el abrigo y los<br />

chanclos, metí el manuscrito de mi cuento más reciente en un bolsillo y caminé<br />

trabajosamente por Riverside Drive en dirección a la estación de metro de la calle 116<br />

esquina a Broadway. El cielo estaba empezando a aclarar, pero las calles y las aceras<br />

continuaban cubiertas de nieve y apenas había tráfico. En medio de altos montes de<br />

nieve junto al bordillo habían sido abandonados unos cuantos coches y camiones y de<br />

vez en cuando un vehículo solitario avanzaba centímetro a centímetro por la calle,<br />

patinando cada vez que el conductor trataba de pararse en un semáforo en rojo.<br />

Normalmente habría disfrutado de aquella confusión, pero hacia un día demasiado<br />

horrible como para sacar la nariz de la bufanda. La temperatura había ido descendiendo<br />

constantemente desde el amanecer y ahora en el ambiente se respiraba un intenso frío,<br />

acompañado de violentos golpes de viento procedentes del Hudson, ráfagas enormes<br />

que literalmente empujaban mi cuerpo. Estaba aterido cuando llegué a la estación de<br />

metro, pero a pesar de todo parecía que los trenes seguían funcionando. Esto me<br />

sorprendió, y mientras bajaba las escaleras y compraba el billete supuse que quería decir<br />

que, a pesar de todo, la lectura se celebraría.<br />

Llegué a la Taberna de Nashe a las dos y diez. Estaba abierta, pero una vez mis<br />

ojos se acostumbraron a la oscuridad del interior, vi que no había nadie. Un camarero<br />

con un delantal blanco estaba detrás de la barra, secando metódicamente los vasos con<br />

un paño rojo. Era un hombre corpulento de unos cuarenta años y me estudió<br />

cuidadosamente mientras me acercaba, casi como si lamentase aquella interrupción de<br />

su soledad.<br />

-¿No se suponía que aquí había una lectura dentro de unos veinte minutos?<br />

-pregunté.<br />

En el mismo momento en que las palabras salieron de mi boca, me sentí<br />

estúpido por decirlas.<br />

-Se ha cancelado -dijo el camarero-. Con toda esa nieve ahí fuera no tendría<br />

mucho sentido. La poesía es algo hermoso, pero no vale la pena que se te congele el<br />

culo por ella. Me senté en uno de los taburetes de la barra y pedí un bourbon. Todavía<br />

estaba tiritando por mi caminata sobre la nieve y quería calentarme las tripas antes de<br />

aventurarme a salir de nuevo. Me liquidé la bebida en dos tragos y pedí otra porque la<br />

primera me había sabido muy bien. Iba por la mitad de mi segundo bourbon cuando otro<br />

cliente entró en el bar. Era un hombre joven, alto, sumamente delgado, con la cara<br />

estrecha y una abundante barba castaña. Le observé mientras daba patadas en el suelo<br />

un par de veces, batía palmas con las manos enguantadas y exhalaba ruidosamente a<br />

consecuencia del frío. No había duda de que tenía una pinta extraña, tan alto dentro de<br />

su abrigo apolillado, con una gorra de béisbol de los Knicks de Nueva York en la<br />

cabeza y una bufanda azul marino envuelta sobre la gorra para proteger las orejas.<br />

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