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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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cosa, Sachs me había dicho otra, y en cuanto aceptase una historia, tendría que rechazar<br />

la otra. No había ninguna alternativa. Me habían presentado dos versiones de la verdad,<br />

dos realidades separadas y distintas, y por mucho que empujara, nunca podría juntarlas.<br />

Me daba cuenta de eso y, sin embargo, al mismo tiempo comprendía que ambas<br />

historias me habían convencido. En la ciénaga de pesar y confusión en la que estuve<br />

hundido durante los meses siguientes, vacilaba entre una y otra. No creo que fuese una<br />

cuestión de lealtades divididas (aunque puede que eso formase parte del asunto), sino<br />

más bien una certeza de que tanto Fanny como Ben me habían dicho la verdad. La<br />

verdad tal y como ellos la veían quizá, pero, no obstante, la verdad. Ninguno de los dos<br />

se había propuesto engañarme; ninguno de los dos había mentido intencionadamente.<br />

En otras palabras, no había una verdad universal. Ni para ellos ni para nadie. No había<br />

nadie a quien culpar o defender, y la única respuesta justificable era la compasión. Les<br />

había admirado a los dos durante demasiados años y era inevitable que me sintiera<br />

decepcionado por lo que había descubierto, pero ellos no eran los únicos que me habían<br />

decepcionado. Estaba decepcionado conmigo mismo, estaba decepcionado con el<br />

mundo. Incluso los más fuertes son débiles, me dije; incluso a los más valientes les falta<br />

valor; incluso los más sabios son ignorantes.<br />

Me resultaba imposible seguir rechazando a Sachs. Había sido tan franco<br />

durante nuestra conversación en aquel almuerzo, tan claro al manifestar su deseo de que<br />

nuestra amistad continuara, que yo no era capaz de volverle la espalda. Pero él se había<br />

equivocado al suponer que nada cambiaría entre nosotros. Todo había cambiado entre<br />

nosotros y, nos gustara o no, nuestra amistad había perdido su inocencia. A causa de<br />

Fanny, habíamos penetrado en la vida del otro, habíamos dejado una huella en la<br />

historia interna del otro, y lo que antes había sido puro y simple entre nosotros era ahora<br />

infinitamente turbio y complejo. Poco a poco, empezamos a adaptarnos a estas nuevas<br />

condiciones, pero con Fanny era otra historia. Me mantuve alejado de ella, siempre veía<br />

a Sachs a solas. Siempre me disculpaba cuando me invitaba a su casa. Aceptaba el<br />

hecho de que ella pertenecía a Ben, pero eso no quería decir que estuviese dispuesto a<br />

verla. Ella comprendió mi renuencia, creo, y aunque continuó mandándome recuerdos a<br />

través de Sachs, nunca me insistió para que hiciera nada que yo no quisiera. Finalmente<br />

me llamó en noviembre, al cabo de seis o siete meses. Fue entonces cuando me invitó a<br />

la cena de Acción de Gracias en casa de la madre de Ben en Connecticut. En ese medio<br />

año, me había persuadido de que nunca había existido ninguna esperanza para nosotros,<br />

de que aun cuando ella hubiese dejado a Ben para vivir conmigo, la cosa no habría<br />

salido bien. Eso era un embuste, por supuesto, y no tengo ninguna forma de saber qué<br />

habría sucedido, no tengo ninguna forma de saber nada. Pero me ayudó a soportar<br />

aquellos meses sin perder la razón, y cuando repentinamente ni la voz de Fanny en el<br />

teléfono, pensé que había llegado el momento de ponerme a prueba en una situación<br />

real. Así que David y yo nos fuimos en el coche a Connecticut y pasé un día entero en<br />

su compañía. No fue el día más feliz de mi vida, pero conseguí sobrevivir. Las viejas<br />

heridas se abrieron, sangré un poco, pero cuando regresé a casa aquella noche con<br />

David dormido en mis brazos, descubrí que seguía estando más o menos entero.<br />

No quiero sugerir que lograra esta cura yo solo. Una vez que Maria regresó a<br />

Nueva York, desempeñó un papel importante en la conservación de mi integridad y me<br />

sumergí en nuestras escapadas particulares con la misma pasión que antes. Tampoco era<br />

la única. Cuando Maria no estaba disponible, encontraba a otras que me distrajeran de<br />

mis penas de amor. Una bailarina que se llamaba Dawn, una escritora que se llamaba<br />

Laura, una estudiante de medicina que se llamaba Dorothy. En un momento u otro, cada<br />

una de ellas ocupó un lugar singular en mis afectos. Siempre que me paraba a examinar<br />

mi comportamiento, llegaba a la conclusión de que yo no estaba hecho para el<br />

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