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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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conversación él había dicho lo suficiente como para convencerme de que tenía graves<br />

problemas, de que se estaba precipitando hacia un oscuro e innombrable desastre. Si<br />

esto resulta demasiado vago, añadiré que también mencionó las bombas, que habló<br />

interminablemente de ellas durante su visita y que durante los once meses siguientes yo<br />

había vivido justamente con ese temor dentro de mí: que iba a matarse, que un día<br />

abriría el periódico y leería que mi amigo se había volado en pedazos. Entonces no era<br />

más que una disparatada intuición, uno de esos insensatos saltos en el vacío, pero una<br />

vez la idea se me metió en la cabeza, no pude librarme de ella. Luego, dos días después<br />

de que tropezase con el artículo, un par de agentes del FBI llamó a mi puerta. En cuanto<br />

me comunicaron quiénes eran, comprendí que estaba en lo cierto. El hombre que se<br />

había volado en pedazos era Sachs. No cabía ninguna duda. Sachs estaba muerto y la<br />

única manera en que yo podía ayudarle ahora era no revelando su muerte.<br />

Probablemente fue una suerte que leyese el artículo cuando lo hice, a pesar de<br />

que recuerdo que en aquel momento deseé no haberlo visto. Por lo menos, así tuve un<br />

par de días para encajar el golpe. Cuando los hombres del FBI se presentaron aquí para<br />

hacer preguntas, yo ya estaba preparado y eso me ayudó a controlarme. Tampoco vino<br />

mal que tardasen cuarenta y ocho horas en encontrar mi pista. Al parecer, entre los<br />

objetos recuperados de la cartera de Sachs había un pedazo de papel con mis iniciales y<br />

mi número de teléfono. Por eso vinieron a buscarme, pero la suerte quiso que el número<br />

fuese el de mi teléfono de Nueva York, mientras yo llevaba diez días en Vermont,<br />

viviendo con mi familia en una casa alquilada donde pensábamos pasar el resto del<br />

verano. Dios sabe con cuántas personas habían tenido que hablar antes de descubrir que<br />

estaba aquí. Si menciono de pasada que esta casa es propiedad de la ex mujer de Sachs<br />

es sólo para dar un ejemplo de lo enredada y complicada que es esta historia.<br />

Procuré hacerme el tonto lo mejor que pude y revelarles lo menos posible. No,<br />

dije, no había leído el artículo en el periódico. No sabía nada de bombas, coches<br />

robados o carreteras comarcales de Wisconsin. Era escritor, dije, un hombre que escribe<br />

novelas para ganarse la vida, y si querían investigar quién era, podían hacerlo, pero eso<br />

no iba a ayudarles con el caso, perderían el tiempo. Probablemente, dijeron, pero ¿y el<br />

pedazo de papel de la cartera del muerto? No pretendían acusarme de nada, sin embargo<br />

el hecho de que llevase consigo mi número de teléfono parecía demostrar que había una<br />

relación entre nosotros. Eso tenía que admitirlo, ¿no? Sí, dije, por supuesto que sí, pero<br />

que lo pareciese no significaba que fuese verdad. Había mil maneras mediante las que<br />

ese hombre podía haber conseguido mi número de teléfono. Yo tenía amigos repartidos<br />

por todo el mundo y cualquiera de ellos podía habérselo dado a un desconocido. Tal vez<br />

ese desconocido se lo había pasado a otro, el cual a su vez se lo había pasado a un<br />

tercero. Tal vez, dijeron, pero ¿por qué iba alguien a llevar el teléfono de una persona<br />

que no conocía? Porque soy escritor, dije. Oh, dijeron, ¿y eso qué tiene que ver? Que<br />

mis libros se publican, dije. La gente los lee y yo no tengo ni idea de quiénes son. Sin<br />

saberlo siquiera, entro en las vidas de los desconocidos, y mientras tienen mi libro en<br />

sus manos, mis palabras son la única realidad que existe para ellos. Eso es normal,<br />

dijeron, eso es lo que pasa con los libros. Sí, dije, eso es lo que pasa, pero a veces<br />

sucede que esas personas están locas. Leen tu libro y algo de él toca una cuerda del<br />

fondo de su alma. De repente se imaginan que les perteneces, que eres el único amigo<br />

que tienen en el mundo. Para ilustrar mi argumentación, les di varios ejemplos, todos<br />

ellos verdaderos, todos tomados directamente de mi experiencia personal. Las cartas de<br />

desequilibrados, las llamadas telefónicas a las tres de la madrugada, las amenazas<br />

anónimas. El año pasado, continué, descubrí que alguien había estado suplantando mi<br />

personalidad, contestando cartas en mi nombre, entrando en las librerías y firmando<br />

libros míos, rondando como una sombra maligna en torno a mi vida. Un libro es un<br />

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