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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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Una vez más, no fue nada intencionado, no tuvo nada que ver con un deseo consciente<br />

de que sucediera algo. Pero sucedió, y de no ser por el hecho de que el 23 de febrero fue<br />

la noche en que se inauguraba la segunda exposición de Maria en una pequeña galería<br />

de Wooster Street, estoy seguro de que Iris y yo nunca nos habríamos conocido.<br />

Habrían pasado décadas antes de que nos encontrásemos de nuevo en la misma<br />

habitación, y para entonces la oportunidad se habría perdido. No es que Maria nos<br />

reuniese, pero nuestro encuentro tuvo lugar bajo su influencia, por así decirlo, y me<br />

siento en deuda con ella por eso. No con Maria como mujer de carne y hueso, quizá,<br />

pero si con Maria como espíritu del azar, como diosa de lo impredecible.<br />

Como nuestra relación continuaba siendo un secreto, no tenía sentido que le<br />

sirviera de acompañante aquella noche. Me presenté en la galería como otro invitado<br />

cualquiera, le di a Maria un beso de enhorabuena y luego me quedé entre la gente con<br />

un vaso de plástico en la mano, bebiendo vino blanco barato mientras recorría la sala<br />

con los ojos en busca de caras conocidas. No vi a nadie conocido. En un momento dado,<br />

Maria miró hacia mi y me guiñó un ojo, pero aparte de la breve sonrisa con la que<br />

respondí, mantuve el trato y evité el contacto con ella. Menos de cinco minutos después<br />

de ese guiño, alguien se me acercó por la espalda y me dio un golpecito en el hombro.<br />

Era un hombre que se llamaba John Johnston, un conocido a quien no había visto en<br />

varios años. Iris estaba de pie a su lado y, después de que él y yo intercambiásemos<br />

unos saludos, el hombre nos presentó. Basándome en su aspecto, supuse que ella era<br />

modelo, un error que la mayoría de la gente sigue cometiendo cuando la ve por primera<br />

vez. Iris tenía tan sólo veinticuatro años entonces, una presencia rubia deslumbrante,<br />

una estatura de un metro ochenta con una exquisita cara escandinava y los ojos azules<br />

más profundos y alegres que se pueden encontrar entre el cielo y el infierno. ¿Cómo<br />

hubiese podido adivinar que era una estudiante graduada en literatura inglesa en la<br />

Universidad de Columbia? ¿Cómo hubiese podido saber que había leído más libros que<br />

yo y que estaba a punto de empezar una tesis de seiscientas páginas sobre las obras de<br />

Charles Dickens?<br />

Supuse que ella y Johnston eran íntimos amigos, así que le estreché la mano y<br />

me esforcé por no mirarla fijamente. Johnston estaba casado con otra la última vez que<br />

yo le había visto, pero deduje que se había divorciado y no se lo pregunté. Luego resultó<br />

que él e Iris apenas se conocían. Los tres hablamos durante unos minutos y luego<br />

Johnston se dio la vuelta de pronto y empezó a hablar con otra persona, dejándome a<br />

solas con Iris. Sólo entonces empecé a sospechar que su relación era casual.<br />

Inexplicablemente saqué mi cartera y le enseñé a ella algunas instantáneas de David,<br />

presumiendo de mi hijo como si fuese una figura pública famosa. De hacer caso a Iris<br />

cuando recuerda esa tarde ahora, fue en ese momento cuando comprendió que estaba<br />

enamorada de mí, que yo era la persona con la que iba a casarse. Yo tardé un poco más<br />

en comprender lo que sentía por ella, pero sólo unas cuantas horas. Continuamos<br />

hablando durante la cena en un restaurante cercano y luego mientras tomábamos una<br />

copa en otro lugar. Debían de ser más de las once cuando terminamos. Paré un taxi para<br />

ella en la calle, pero antes de abrir la puerta para que entrase, alargué las manos y la<br />

cogí, atrayéndola hacia mí y besándola profundamente en la boca. Fue una de las cosas<br />

más impetuosas que he hecho nunca, un momento de pasión loca y desenfrenada. El<br />

taxi se marchó, e Iris y yo continuamos de pie en medio de la calle, abrazados. Era<br />

como si fuésemos las primeras personas que se habían besado nunca, como si hubiésemos<br />

inventado juntos esa noche el arte de besar. A la mañana siguiente, Iris se había<br />

convertido en mi final feliz, el milagro que me había sucedido cuando menos lo<br />

esperaba. Nos tomamos el uno al otro por asalto y nada ha vuelto a ser igual para mi<br />

desde entonces.<br />

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