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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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soportarlo durante tres o cuatro días, la obediente y afectuosa Maria se convirtió en un<br />

horror, en una pequeña máquina de malos humores, pataletas y lágrimas de rabia.<br />

El segundo domingo Sachs propuso una excursión familiar a la Rosaleda de<br />

Berkeley Hills. Por una vez, Maria parecía de buen humor y, después de que Lillian<br />

cogiese un edredón viejo del armario de arriba, los tres se metieron en el Buick y se<br />

fueron al otro extremo de la ciudad. Todo fue bien durante la primera hora. Sachs y<br />

Lillian se tumbaron sobre el edredón, Maria jugó en los columpios y el sol desvaneció<br />

las últimas nieblas de la mañana. Ni siquiera cuando Maria se golpeó la cabeza en una<br />

barra de las estructuras metálicas un poco más tarde, parecía haber algún motivo de<br />

alarma. Acudió corriendo hacia ellos llorando, igual que hubiera hecho cualquier otro<br />

niño, y Lillian la abrazó y la calmó, besándole la marca roja en la sien con especial<br />

cuidado y ternura. Era una buena medicina, pensó Sachs, el tratamiento tradicional, pero<br />

en este caso surtió poco o ningún efecto. Maria siguió llorando, negándose a dejarse<br />

consolar por su madre y, aunque la herida no era más que un arañazo, se quejaba<br />

vehementemente, sollozando con tanta fuerza que casi se ahogaba. Impertérrita, Lillian<br />

la abrazó de nuevo, pero esta vez Maria la rechazó, acusándola de apretarla demasiado<br />

fuerte. Sachs vio el agravio en los ojos de Lillian cuando sucedió esto. Y luego, cuando<br />

Maria la apartó de un empujón, también un relámpago de cólera. De repente parecían<br />

estar al borde de una crisis total. Un vendedor de helados había detenido su carrito a<br />

unos quince metros del edredón, y Sachs, pensando que esto podía ser una distracción<br />

útil, le ofreció a Maria comprarle un cucurucho. Hará que te sientas mejor, le dijo,<br />

sonriendo lo más comprensivamente que pudo, y luego corrió hacia la sombrilla<br />

multicolor aparcada en el sendero un poco más abajo de donde estaban ellos. Resultó<br />

que se podía elegir entre dieciséis sabores diferentes. No sabiendo cuál escoger, se<br />

decidió por una combinación de pistacho y tutifruti. Aunque no fuera más que eso,<br />

pensó, el sonido de las palabras le haría gracia. Aunque sus lágrimas habían disminuido<br />

cuando regresó Maria miró las bolas de helado verde con desconfianza, y cuando él le<br />

alargó el cucurucho y ella lo probó, armó un escándalo espantoso. Hizo una mueca<br />

terrible, escupió el helado como si fuera veneno y afirmó que era “asqueroso”. Esto<br />

llevó a otro ataque de sollozos y luego, cuando su furia fue en aumento, cogió el helado<br />

en la mano derecha y se lo arrojó a Sachs. Le dio de lleno en el estómago, manchándole<br />

toda la camisa. Mientras él miraba el desaguisado, Lillian corrió hacia donde estaba<br />

Maria y la abofeteó.<br />

-¡Estúpida mocosa! -chilló-. ¡Miserable y desagradecida mocosa! ¡Te mataré!<br />

¿Te enteras? ¡Te mataré aquí mismo delante de toda esta gente!<br />

Y luego, antes de que Maria tuviese tiempo de levantar las manos y protegerse<br />

la cara, volvió a abofetearla.<br />

-¡Basta! -dijo Sachs. Su voz era dura, traslucía espanto y cólera, y durante un<br />

momento estuvo tentado de tirar a Lillian al suelo de un empujón-. No te atrevas a<br />

ponerle una mano encima a la niña.<br />

-Vete a la mierda -dijo ella, tan enfadada como él-. Es mi hija y haré con ella lo<br />

que me dé la real gana.<br />

-Nada de pegarle, no lo consentiré.<br />

-Si se lo merece, le pegaré. Y nadie va a impedírmelo. Ni siquiera tú, listillo.<br />

La cosa empeoró antes de mejorar. Sachs y Lillian se insultaron durante los<br />

siguientes diez minutos, y si no hubiesen estado en un lugar público, discutiendo<br />

delante de varias docenas de espectadores, Dios sabe hasta dónde habrían llegado.<br />

Dadas las circunstancias, finalmente se controlaron y frenaron su mal humor. Cada uno<br />

pidió disculpas al otro, se besaron e hicieron las paces, y no se volvió a hablar del<br />

asunto durante el resto de la tarde. Los tres fueron al cine y luego a cenar a un<br />

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