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muy triste.<br />
-¿Es eso lo que te ha dicho?<br />
-No, pero la vi llorando. Por eso sé que está triste.<br />
-¿Es eso lo que vas a hacer hoy? ¿Ir a ver cómo entierran a tu papá?<br />
-No, no nos dejan ir. El abuelo y la abuela dijeron que no podíamos ir.<br />
-¿Y dónde viven tu abuelo y tu abuela? ¿Aquí en California?<br />
-Creo que no. Es en un sitio muy lejos. Hay que ir allí en avión.<br />
-En el Este, quizá.<br />
-Se llama Maplewood. No sé dónde está.<br />
-¿Maplewood, New Jersey?<br />
-No lo sé. Está muy lejos. Siempre que papá hablaba de ese sitio decía que<br />
estaba en el fin del mundo.<br />
-Te pones triste cuando piensas en tu padre, ¿verdad?<br />
-No puedo remediarlo. Mamá dice que él ya no nos quería, pero me da igual, me<br />
gustaría que volviese.<br />
-Estoy seguro de que él quería volver.<br />
-Eso creo yo. Lo que pasa es que no pudo. Tuvo un accidente y, en lugar de<br />
volver con nosotras, tuvo que irse al cielo.<br />
Sachs pensó que era muy pequeña y sin embargo se comportaba con una<br />
tranquilidad casi aterradora, sus fieros ojitos taladrándole mientras hablaba, impávida,<br />
sin el menor temblor de confusión. Le asombraba que pudiera imitar la actitud de los<br />
adultos tan bien, que pudiera parecer tan dueña de sí misma, cuando en realidad no<br />
sabía nada, no sabía absolutamente nada. La compadeció por su valor, por el fingido<br />
heroísmo de su cara luminosa y seria, y deseó poder retirar todo lo que había dicho y<br />
convertirla de nuevo en una chiquilla, en algo distinto de aquel patético adulto en<br />
miniatura con huecos entre los dientes y una cinta amarilla colgada del pelo rizado.<br />
Mientras terminaba los últimos fragmentos de sus tostadas, Sachs vio en el reloj<br />
de la cocina que eran sólo las siete y media pasadas. Le preguntó a Maria cuánto tiempo<br />
pensaba que su madre seguiría durmiendo, y cuando ella le dijo que podían ser dos o<br />
tres horas más, de pronto se le ocurrió una idea. Vamos a prepararle una sorpresa, dijo,<br />
si nos ponemos a ello ahora, tal vez podamos limpiar toda la planta baja antes de que se<br />
despierte. ¿No estaría bien? Bajará aquí y se encontrará todo ordenado y reluciente.<br />
Seguro que eso le hará sentirse mejor, ¿no crees? La niña dijo que sí. Más que eso,<br />
pareció entusiasmada con la idea, como si estuviera aliviada de que al fin hubiera<br />
aparecido alguien que se hiciera cargo de la situación. Pero debemos hacerlo en<br />
silencio, dijo Sachs, llevándose un dedo a los labios, tan silenciosos como duendes.<br />
Así que los dos se pusieron a trabajar, moviéndose por la cocina en rápida y<br />
silenciosa armonía mientras recogían la mesa, barrían la vajilla rota del suelo y llenaban<br />
el fregadero de agua caliente jabonosa. Para reducir el ruido al mínimo, vaciaron los<br />
platos con los dedos, manchándose las manos con la basura al echar los restos de<br />
comida y colillas en una bolsa de papel. Era un trabajo sucio, y mostraron su asco<br />
sacando la lengua y fingiendo vomitar. Sin embargo, Maria hizo más de lo que le<br />
correspondía, y una vez que la cocina quedó en un estado pasable, marchó al cuarto de<br />
estar con un entusiasmo que no había disminuido, deseosa de pasar a la siguiente tarea.<br />
Eran ya cerca de las nueve y el sol entraba por las ventanas, iluminando delgados<br />
rastros de polvo en el aire. Mientras contemplaban el desastre que tenían delante, y<br />
comentaban por dónde sería mejor que empezaran a atacar, una expresión de recelo<br />
cruzó la cara de Maria. Sin decir una palabra, levantó un brazo y señaló una de las<br />
ventanas. Sachs se volvió y un instante después lo vio. Un hombre de pie en el<br />
jardincillo mirando la casa. Llevaba una corbata a cuadros y una chaqueta de pana<br />
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