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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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-¿Qué disputa?<br />

-No te acuerdas de esa parte, ¿eh?<br />

-No, sólo recuerdo lo que sucedió después. Eso borró todo lo demás.<br />

-Me hiciste llevar aquellos horribles pantalones cortos con calcetines blancos<br />

hasta la rodilla. Siempre me arreglabas mucho cuando salíamos, y yo lo odiaba. Me<br />

sentía como un mariquita con aquella ropa, un Fauntleroy de punta en blanco. Ya era<br />

bastante terrible en las salidas familiares, pero la idea de presentarme así delante de los<br />

hijos de Mrs. Saperstein me resultaba intolerable. Sabía que ellos llevarían camisetas,<br />

pantalones de algodón y zapatillas deportivas, y no sabía cómo iba a enfrentarme con<br />

ellos.<br />

-Pero si parecías un ángel con aquella ropa -dijo su madre.<br />

-Puede, pero yo no quería parecer un ángel. Yo quería parecer un niño<br />

norteamericano normal. Te rogué que me pusieses otra cosa. Pero te negaste. “Visitar la<br />

Estatua de la Libertad no es como jugar en el patio trasero”, dijiste. “Es el símbolo de<br />

nuestro país y tenemos que mostrarle el debido respeto.” Incluso entonces la ironía de la<br />

situación no se me escapó. Estábamos a punto de rendir homenaje al concepto de la<br />

libertad y yo estaba encadenado. Vivía en una absoluta dictadura y, desde que podía<br />

recordar, mis derechos habían sido pisoteados. Traté de explicarte lo de los otros chicos,<br />

pero no me escuchaste. Tonterías, dijiste, llevarán sus trajes de vestir. Estabas tan<br />

condenadamente segura de ti misma que finalmente reuní valor y me ofrecí a hacer un<br />

trato contigo. De acuerdo, dije, me pondré esa ropa hoy, pero si los otros chicos llevan<br />

pantalones de algodón y zapatillas deportivas será la última vez que tenga que hacerlo.<br />

En adelante, me darás permiso para ponerme lo que quiera.<br />

-¿Y acepté eso? ¿Me avine a pactar con un crío de seis años?<br />

-Simplemente me seguías la corriente. La posibilidad de perder la apuesta ni<br />

siquiera se te ocurrió. Pero, mira por donde, cuando Mrs. Saperstein llegó a la Estatua<br />

de la Libertad con sus dos hijos, éstos iban vestidos exactamente como yo había<br />

previsto. Y así fue como me convertí en el amo de mi propio guardarropa. Fue la<br />

primera victoria importante de mi vida. Me sentí como si hubiese asestado un golpe a<br />

favor de la democracia, como si me hubiese levantado en nombre de los hombres<br />

oprimidos del mundo entero.<br />

-Ahora sé por qué eres tan aficionado a los vaqueros -dijo Fanny-. Descubriste el<br />

principio de la autodeterminación y en ese momento decidiste ir mal vestido el resto de<br />

tu vida.<br />

-Exactamente -dijo Sachs-. Me gané el derecho a ser un guarro, y desde<br />

entonces he portado el estandarte orgullosamente.<br />

-Y entonces -continuó Mrs. Sachs, impaciente por seguir con la historiaempezamos<br />

a subir.<br />

-La escalera de caracol -añadió su hijo-. Encontramos los escalones y<br />

comenzamos a subirlos.<br />

-La cosa no fue mal al principio -dijo Mrs. Sachs-. Doris y yo dejamos que los<br />

chicos fueran delante y nos tomamos la subida con calma, agarradas al pasamanos.<br />

Llegamos hasta la corona, miramos la bahía durante un par de minutos y todo estaba en<br />

orden. Pensé que aquello era todo y que entonces empezaríamos a bajar y nos iríamos a<br />

tomar un helado en alguna parte. Pero en aquellos tiempos todavía te dejaban llegar<br />

hasta la antorcha, lo cual significaba subir otra escalera, una que iba por el brazo de la<br />

vieja gruñona. Los chicos estaban locos por subir hasta allí. No cesaban de gritar y<br />

protestar diciendo que querían verlo todo, así que Doris y yo cedimos. Resultó que esta<br />

escalera no tenía barandilla como la otra. Era la espiral de peldaños de hierro más<br />

estrecha y retorcida que había visto nunca, un poste de incendios con salientes, y<br />

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