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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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La vida cambió, la vida continuó. Aprendimos, como Fanny nos había rogado<br />

que hiciésemos, a vivir con ello. Ella y Charles vivían juntos ahora y, a nuestro pesar,<br />

Iris y yo nos vimos obligados a reconocer que era una buena persona. Entre cuarenta y<br />

cinco y cincuenta años, arquitecto, casado anteriormente, padre de dos hijos, inteligente,<br />

desesperadamente enamorado de Fanny, irreprochable. Poco a poco conseguimos<br />

establecer una amistad con él, y todos aceptamos una nueva realidad. La primavera<br />

pasada, cuando Fanny mencionó que no pensaba pasar el verano en Vermont<br />

(sencillamente no podía, dijo, y probablemente no podría nunca), se le ocurrió de pronto<br />

que tal vez a Iris y a mi nos gustaría utilizar la casa. Quería dejárnosla gratis, pero<br />

nosotros insistimos en pagarle una especie de alquiler. Así que llegamos a un acuerdo<br />

que por lo menos cubriría sus costes: una parte proporcional de los impuestos, el<br />

mantenimiento, etc. Esa es la razón de que yo estuviera en la casa cuando Sachs<br />

apareció el verano pasado. Llegó sin previo aviso, entrando una noche en el patio en un<br />

baqueteado Chevy azul, pasó aquí un par de días y luego desapareció de nuevo.<br />

Mientras tanto habló sin parar. Habló tanto que casi me asustó. Pero fue entonces<br />

cuando me enteré de su historia, y dado lo decidido que estaba a contarla, creo que no<br />

omitió nada.<br />

Continuó trabajando, dijo. Después de que Iris y yo nos marcháramos con Sonia,<br />

continuó trabajando durante tres o cuatro semanas más. Nuestras conversaciones acerca<br />

de Leviatán le habían sido útiles, al parecer, y se volcó en el manuscrito aquella misma<br />

mañana, decidido a no irse de Vermont hasta que hubiese terminado un borrador del<br />

libro entero. Todo parecía ir bien. Avanzaba cada día y se sentía feliz con su vida<br />

monacal, más feliz de lo que se había sentido en años. Luego, una tarde de mediados de<br />

septiembre, decidió salir a dar un paseo, el tiempo había cambiado ya y el aire era<br />

vigorizante, impregnado de los olores del otoño. Se puso su cazadora de lana y subió la<br />

colina que había frente a la casa, en dirección norte. Calculó que quedaba una hora de<br />

luz diurna, lo cual significaba que podría caminar durante media hora antes de dar la<br />

vuelta para regresar. Normalmente, habría pasado esa hora haciendo unas canastas, pero<br />

el cambio de estación estaba en todo su apogeo y deseaba echar un vistazo a lo que<br />

sucedía en el bosque: ver las hojas rojas y amarillas, observar el sesgo del sol poniente<br />

entre los abedules y los arces, vagabundear en el resplandor de los colores del aire. Así<br />

que emprendió el paseo pensando únicamente en lo que iba a preparar para la cena<br />

cuando volviera a casa.<br />

Una vez que entró en el bosque, sin embargo, se distrajo. En lugar de mirar las<br />

hojas y las aves migratorias, empezó a pensar en su libro. Los pasajes que había escrito<br />

ese mismo día afluían rápidamente a su cabeza, y antes de que pudiera darse cuenta,<br />

estaba redactando nuevas frases mentalmente, planificando el trabajo que debía hacer al<br />

día siguiente. Siguió andando, abriéndose paso por entre las hojas muertas y la espinosa<br />

maleza, hablando en voz alta, canturreando las palabras de su libro, sin prestar ninguna<br />

atención al lugar donde se encontraba. Podía haber seguido así durante horas, dijo, pero<br />

en un momento dado notó que veía mal. El sol ya se había puesto y, debido a la<br />

espesura del bosque, la noche caía rápidamente. Miró a su alrededor con intención de<br />

orientarse, pero nada le resultaba familiar y se dio cuenta de que nunca había estado en<br />

aquella parte. Pensando que era un idiota, se dio media vuelta y echó a correr en la<br />

dirección de la cual venía. Sólo tenía unos minutos antes de que desapareciera todo y<br />

comprendió que nunca lo conseguiría. No tenía linterna, ni cerillas, ni ningún alimento<br />

en los bolsillos. Dormir a la intemperie prometía ser una experiencia desagradable, pero<br />

no se le ocurría ninguna alternativa. Se sentó en un tocón y se echó a reír. Se encontró<br />

ridículo, dijo, una figura cómica de primer orden. Luego la noche cayó por completo y<br />

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