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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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de habitaciones en un gran hotel del centro. El propósito era reunir información sobre<br />

los huéspedes, pero no con un afán de intromisión o comprometedor. De hecho los<br />

evitaba intencionadamente y se limitaba a lo que podía averiguar por los objetos<br />

desparramados por las habitaciones. Una vez más hizo fotografías; una vez más se<br />

inventó historias para acompañarlas basándose en la evidencia disponible. Era una<br />

arqueología del presente, por así decirlo, un intento de reconstruir la esencia de algo<br />

partiendo únicamente de mínimos fragmentos: un trozo de un billete, una media<br />

rasgada, una mancha de sangre en el cuello de una camisa. Algún tiempo después de<br />

eso, un hombre trató de ligar con Maria por la calle. Ella no le encontró nada atractivo y<br />

le rechazó. Esa misma noche, por pura coincidencia, tropezó con él en la inauguración<br />

de una galería en SoHo. Hablaron y esta vez supo por él que el hombre se marchaba a<br />

Nueva Orleans con su novia a la mañana siguiente. Maria decidió ir allí también y<br />

seguirle con su cámara durante todo el tiempo que durase su visita. No tenía el menor<br />

interés en él y la última cosa que buscaba era una aventura amorosa. Su intención era<br />

mantenerse oculta, evitar todo contacto con él, explorar su comportamiento exterior y<br />

no hacer ningún esfuerzo para interpretar lo que veía. A la mañana siguiente cogió un<br />

vuelo desde La Guardia a Nueva Orleans, se inscribió en un hotel y se compró una<br />

peluca negra. Durante tres días investigó en docenas de hoteles, tratando de averiguar el<br />

paradero del hombre. Lo descubrió al fin y durante el resto de la semana caminó detrás<br />

de él como una sombra, tomando cientos de fotografías, documentando cada lugar que<br />

él visitaba. También llevaba un diario escrito, y cuando llegó el momento de volver a<br />

Nueva York, ella regresó en un vuelo anterior con el fin de estar esperándole en el<br />

aeropuerto para hacer una última secuencia de fotografías mientras él bajaba del avión.<br />

Fue una experiencia compleja y perturbadora para ella y le dejó la sensación de que<br />

había abandonado su vida por una especie de nada, como si hubiese estado haciendo<br />

fotografías de cosas que no estaban allí. La cámara ya no era un instrumento que<br />

registraba presencias, era una forma de hacer desaparecer el mundo, una técnica para<br />

encontrar lo invisible. Desesperada por revertir el proceso que había puesto en marcha,<br />

Maria se lanzó a un nuevo proyecto unos días después de su regreso a Nueva York.<br />

Cuando iba andando por Times Square con su cámara una tarde, entabló conversación<br />

con el portero de un bar topless. Hacía calor y Maria iba vestida con pantalones cortos y<br />

una camiseta, una vestimenta desacostumbradamente escasa para ella. Pero aquel día<br />

había salido para que se fijaran en ella. Quería afirmar la realidad de su cuerpo, hacer<br />

que las cabezas se volvieran a su paso, demostrarse a si misma que seguía existiendo a<br />

los ojos de los otros. Maria estaba bien formada, tenía las piernas largas y unos senos<br />

atractivos, y los silbidos y los comentarios lascivos de que fue objeto aquel día<br />

contribuyeron a reanimar su espíritu. El portero le dijo que era guapa, tan guapa como<br />

las chicas que había dentro, y a medida que la conversación continuaba, se encontró de<br />

repente con que le estaba ofreciendo un trabajo. Una de las bailarinas había llamado<br />

para decir que estaba enferma, le explicó el portero, y si ella quería sustituirla, él le<br />

presentaría al jefe y vería si se podía arreglar algo. Casi sin pararse a pensarlo, Maria<br />

aceptó. Así fue como nació su siguiente proyecto, una obra que finalmente se conoció<br />

como “La dama desnuda”. Maria le pidió a una amiga que fuese al bar aquella noche y<br />

le hiciese fotografías mientras actuaba; no para mostrárselas a nadie, sino para ella, para<br />

satisfacer su propia curiosidad acerca de su aspecto. Se estaba convirtiendo<br />

conscientemente en un objeto, una figura anónima de deseo, y era crucial que<br />

entendiese exactamente qué era ese objeto. Sólo lo hizo una vez, trabajando en turnos<br />

de veinte minutos desde las ocho de la tarde hasta las dos de la madrugada, pero no se<br />

contuvo, y todo el tiempo que estuvo en escena, encaramada detrás de la barra con las<br />

luces estroboscópicas coloreadas rebotando sobre su piel desnuda, bailó con toda su<br />

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