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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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placeres de sentarse en los cafés y fumar cigarrillos negros.<br />

-No creo que fuese eso tampoco. Sentí que necesitaba aire para respirar, eso es<br />

todo. Elegí Francia porque hablo francés. Si hubiese hablado serbo-croata,<br />

probablemente me hubiese ido a Yugoslavia.<br />

-Así que te fuiste. Sin ninguna razón especial, según dices. ¿Hubo alguna razón<br />

especial para que volvieses?<br />

-Me desperté una mañana el verano pasado y me dije que ya era hora de volver a<br />

casa. Así, por las buenas. De repente sentí que ya había estado allí suficiente tiempo.<br />

Demasiados años sin béisbol, supongo. Si no recibes tu ración de partidos, se te puede<br />

empezar a secar el espíritu.<br />

-¿Y no piensas volver a marcharte?<br />

-No, no creo. Fuera lo que fuera lo que estaba intentando demostrar al irme allí,<br />

ya no me parece importante.<br />

-Puede que ya lo hayas demostrado.<br />

-Es posible. O puede que la cuestión haya que plantearla en otros términos.<br />

Puede que utilizara los términos equivocados desde el principio.<br />

-De acuerdo -dijo Sachs, dando de pronto una palmada sobre la barra-. Ahora<br />

tomaré esa copa. Estoy empezando a sentirme satisfecho, y eso siempre me da sed.<br />

-¿Qué quieres tomar?<br />

-Lo mismo que tú -dijo, sin molestarse en preguntar qué estaba tomando yo-. Y<br />

puesto que el camarero tiene que venir hasta aquí de todas formas, dile que te sirva otro.<br />

Se impone un brindis. Es tu vuelta al hogar, después de todo, y tenemos que celebrar<br />

con clase tu regreso a los Estados Unidos.<br />

No creo que nadie me haya desarmado nunca tan totalmente como lo hizo Sachs<br />

aquella tarde. Entró a saco desde el principio, asaltando mis mazmorras y escondites<br />

más secretos, abriendo una puerta cerrada tras otra. Según descubrí más tarde, era una<br />

actuación típica de él, casi un ejemplo clásico de su forma de moverse por el mundo.<br />

Nada de andarse por las ramas, nada de guardar distancias; arremángate y empieza a<br />

hablar. No le costaba ningún esfuerzo entablar conversación con absolutos<br />

desconocidos, lanzarse a hacer preguntas que nadie más se habría atrevido a hacer y,<br />

con mucha frecuencia, salirse con la suya. Uno tenía la impresión de que no había<br />

aprendido nunca las reglas, que, puesto que carecía por completo de inhibiciones,<br />

esperaba que todo el mundo fuese tan franco como él. Y sin embargo había siempre<br />

algo impersonal en su interrogatorio, como si no estuviese intentando establecer un<br />

contacto humano contigo sino más bien intentando resolver para sí algún problema<br />

intelectual. Esto daba a sus comentarios cierto matiz abstracto, lo cual inspiraba<br />

confianza, te predisponía a contarle cosas que en algunos casos ni siquiera te habías<br />

dicho a ti mismo. Nunca juzgaba a nadie cuando le conocía, nunca trataba a nadie como<br />

a un inferior, nunca hacía distinciones entre las personas por su condición social. Un<br />

camarero le interesaba tanto como un escritor, y si yo no me hubiese presentado ese día,<br />

probablemente habría pasado dos horas hablando con el mismo hombre con el cual yo<br />

no me había molestado en cruzar ni diez palabras. Sachs le presuponía automáticamente<br />

una gran inteligencia a la persona con la que hablaba, confiriéndole así una sensación de<br />

dignidad e importancia. Creo que ésa era la cualidad que más admiraba en él, esa<br />

habilidad innata para sacar lo mejor de los demás. A veces parecía un tipo raro, un<br />

excéntrico con la cabeza en las nubes, permanentemente distraído por oscuros<br />

pensamientos y preocupaciones, y sin embargo me sorprendía una y otra vez con cien<br />

pequeñas muestras de su atención. Como todo el mundo, sólo que quizás más que otros,<br />

conseguía combinar una multitud de contradicciones en una única y compacta<br />

presencia. Estuviera donde estuviera, siempre parecía sentirse a gusto en su entorno, a<br />

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