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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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juventud había sido sacrificada a una ilusión y, sin embargo, en lugar de derrumbarme y<br />

llorar lo que había perdido, me sentí extrañamente fortalecido, liberado por la franqueza<br />

y la brutalidad de las palabras de Delia. Ahora todo esto me parece inexplicable, pero la<br />

realidad es que no vacilé. Bajé con las gafas de Delia, le dije que había leído su diario y<br />

a la mañana siguiente me marché de casa. Ella se quedó pasmada por mi capacidad de<br />

decisión, creo, pero dado lo mal que nos habíamos interpretado siempre, probablemente<br />

era de esperar. En lo que a mí se refería, no había nada más que decir. Estaba hecho y<br />

no había lugar para pensarlo dos veces.<br />

Fanny me ayudó a encontrar una habitación realquilada en el bajo Manhattan, y<br />

en Navidades ya estaba viviendo en Nueva York otra vez. Un pintor amigo suyo estaba<br />

a punto de marcharse a Italia durante un año y ella le convenció de que me alquilase su<br />

cuarto libre por sólo cincuenta dólares al mes; el límite absoluto que yo podía<br />

permitirme. Estaba situado a la entrada de su loft (que estaba ocupado por otros<br />

inquilinos) y hasta el momento en que yo me trasladé allí había servido como una<br />

especie de enorme armario trastero. Allí había acumulada toda clase de basura y<br />

desechos: bicicletas rotas, cuadros sin acabar, una lavadora vieja, latas de aguarrás<br />

vacías, periódicos, revistas e innumerables fragmentos de alambre de cobre. Amontoné<br />

estas cosas a un lado de la habitación, lo cual me dejó sólo la mitad del espacio para<br />

vivir, pero después de un breve período de ajuste resultó ser suficientemente grande.<br />

Mis únicas posesiones domésticas entonces eran un colchón, una mesa pequeña, dos<br />

sillas, un hornillo eléctrico, unos cuantos utensilios de cocina y una caja de cartón llena<br />

de libros. Era supervivencia básica, sólo lo imprescindible, pero la verdad es que fui<br />

feliz en aquella habitación. Como dijo Sachs la primera vez que vino a visitarme, era un<br />

santuario de introspección, un cuarto en el que la única actividad posible era el<br />

pensamiento. Había una pila y un retrete, pero no había baño, y la madera del suelo<br />

estaba en tan malas condiciones que me clavaba astillas cada vez que andaba descalzo.<br />

Pero en aquella habitación empecé a trabajar de nuevo en mi novela, y poco a poco mi<br />

suerte cambió. Un mes después de que me trasladase, me concedieron una subvención<br />

de diez mil dólares. Había enviado la solicitud hacía tanto tiempo que había olvidado<br />

por completo que era candidato a ella. Justo dos semanas después de eso obtuve una<br />

segunda subvención de siete mil dólares que había solicitado en el mismo ataque de<br />

actividad desesperada que la primera. De repente, los milagros se habían convertido en<br />

un suceso corriente en mi vida. Le entregué la mitad del dinero a Delia y aún me quedó<br />

lo suficiente para mantenerme en un estado de relativo desahogo. Todas las semanas iba<br />

en tren al campo para pasar un día o dos con David y dormía en casa de un vecino que<br />

vivía cerca. Este arreglo duró aproximadamente nueve meses, y cuando Delia y yo<br />

finalmente vendimos la casa en septiembre, ella se mudó a un apartamento en South<br />

Brooklyn y yo pude ver a David más tiempo cada vez. Por entonces los dos teníamos<br />

abogados y nuestro divorcio ya estaba en marcha.<br />

Fanny y Ben se tomaron un interés activo en mi nueva carrera de soltero. Si<br />

tenía que hablarle a alguien de lo que hacía, eran ellos mis confidentes, los únicos a<br />

quienes tenía al corriente de mis idas y venidas. Ambos se habían disgustado por mi<br />

ruptura con Delia, pero Fanny menos que Ben, creo, aunque ella fue la que más se<br />

preocupó por David, centrándose en ese aspecto del problema una vez que comprendió<br />

que no existía la menor posibilidad de que Delia y yo volviéramos a vivir juntos. Sachs,<br />

por otra parte, hizo todo lo que pudo por persuadirme de que lo intentase de nuevo. Eso<br />

continuó durante varios meses, pero una vez que me trasladé a la ciudad y me instalé en<br />

mi nueva vida, dejó de insistir en ese punto. Delia y yo nunca habíamos dejado traslucir<br />

nuestras diferencias, por lo que nuestra separación fue una desagradable sorpresa para la<br />

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