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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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matrimonio, que mis sueños de echar raíces con Fanny habían estado equivocados desde<br />

el principio. Yo no soy monógamo, me decía. Me sentía demasiado atraído por el<br />

misterio de los primeros encuentros. Demasiado fascinado por el escenario de la<br />

seducción, demasiado hambriento de la excitación de los cuerpos nuevos, y no se podía<br />

contar conmigo a largo plazo. Ésa era la lógica que me aplicaba, en cualquier caso, y<br />

funcionaba como una eficaz cortina de humo entre mi cabeza y mi corazón, entre mi<br />

entrepierna y mi inteligencia. Porque la verdad era que no tenía ni idea de lo que hacía.<br />

Había perdido el control y follaba por la misma razón por la que otros hombres beben:<br />

para ahogar mis penas, para embotar mis sentidos, para olvidarme de mí mismo. Me<br />

convertí en homo erectus, un falo libertino enloquecido. Al poco tiempo estaba<br />

enredado en varias relaciones a la vez, haciendo juegos malabares con las novias como<br />

un prestidigitador demente, entrando y saliendo de diferentes camas tan a menudo como<br />

la luna cambia de forma. En la medida en que este frenesí me mantenía ocupado,<br />

supongo que fue una medicina eficaz. Pero era una vida de loco y probablemente me<br />

hubiese matado si hubiese durado mucho más tiempo.<br />

Sin embargo, había algo más que el sexo. Trabajaba bien y mi libro finalmente<br />

se acercaba a su fin. A pesar de los muchos desastres que me creaba, conseguía<br />

continuar escribiendo, avanzar sin reducir el paso. Mi mesa se había convertido en un<br />

santuario, y mientras siguiera sentándome allí y luchando por encontrar la palabra<br />

siguiente, nadie podría alcanzarme: ni Fanny, ni Sachs, ni siquiera yo mismo. Por<br />

primera vez en todos los años que llevaba escribiendo me sentía como si estuviera<br />

ardiendo. No sabía si el libro era bueno o malo, pero eso ya no me parecía importante.<br />

Había dejado de cuestionarme. Estaba haciendo lo que tenía que hacer y lo estaba<br />

haciendo de la única manera que me era posible. Todo lo demás derivaba de eso. No era<br />

tanto que empezase a creer en mi mismo como que estaba habitado por una sublime<br />

indiferencia. Me había vuelto intercambiable con mi trabajo, y aceptaba ese trabajo en<br />

sus propios términos, comprendiendo que nada podría liberarme del deseo de hacerlo.<br />

Esto era la sólida epifanía, la luz en la cual la duda se disolvía gradualmente. Aunque<br />

mi vida se cayera en pedazos, seguiría habiendo algo por lo que vivir.<br />

Acabé Luna a mediados de abril, dos meses después de mi conversación con<br />

Sachs en el restaurante. Mantuve mi palabra y le di el manuscrito; cuatro días más tarde<br />

me llamó para decirme que lo había terminado. Para ser más exactos, empezó a gritar<br />

por teléfono, abrumándome con tan extravagantes elogios que noté que me ruborizaba.<br />

No me había atrevido a soñar con una reacción semejante. Levantó tanto mi ánimo que<br />

pude quitar importancia a las decepciones que siguieron, y ni siquiera cuando el libro<br />

hizo la ronda de las editoriales neoyorquinas cosechando un rechazo tras otro, permití<br />

que eso interfiriera con mi trabajo. Sachs me alentaba asegurándome que no tenía de<br />

qué preocuparme, que todo saldría bien al final, y a pesar de la evidencia continué<br />

creyéndole. Empecé a escribir una segunda novela. Cuando Luna finalmente fue<br />

aceptada (siete meses y dieciséis rechazos después), yo ya estaba bien metido en mi<br />

nuevo proyecto. Eso sucedió a finales de noviembre, justo dos días antes de que Fanny<br />

me invitase a la cena de Acción de Gracias en Connecticut. Sin duda eso contribuyó a<br />

que tomase la decisión de ir. Le dije que sí porque acababa de recibir la noticia acerca<br />

de mi libro. El éxito me hacia sentir invulnerable y sabía que nunca habría mejor<br />

momento para enfrentarme a ella.<br />

Luego vino mi encuentro con Iris, y la locura de aquellos dos años terminó<br />

bruscamente. Eso ocurrió el 23 de febrero de 1981: tres meses después del día de<br />

Acción de Gracias, un año después de que Fanny y yo rompiésemos nuestra relación<br />

amorosa, seis años después de que empezase mi amistad con Sachs. Me parece a la vez<br />

extraño y adecuado que Maria Turner fuese la persona que hizo posible ese encuentro.<br />

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