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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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elato exhaustivo de las actividades del Fantasma. En algunas ciudades se montaron<br />

guardias de veinticuatro horas realizadas por grupos de voluntarios de la Legión<br />

Americana, el Elks Club, el equipo de fútbol del instituto y otras organizaciones locales.<br />

Pero no todas las comunidades estaban tan vigilantes y el Fantasma seguía sin ser<br />

descubierto. Cada vez que atacaba, hacia una pausa antes de la siguiente explosión, un<br />

periodo lo suficientemente largo como para que la gente pensara si aquélla había sido la<br />

última. Luego, de repente, aparecía en algún lugar a mil quinientos kilómetros de<br />

distancia y hacia estallar otra bomba. Mucha gente estaba indignada, por supuesto, pero<br />

había otros que simpatizaban con los objetivos del Fantasma. Estaban en minoría, pero<br />

los Estados Unidos es un país grande y su número no era pequeño, ciertamente. Para<br />

ellos el Fantasma llegó a convertirse en una especie de héroe popular clandestino. Creo<br />

que los mensajes tenían mucho que ver con ello, aquellos comunicados que transmitía<br />

por teléfono a los periódicos y las emisoras de radio la mañana siguiente a cada<br />

explosión. Eran necesariamente cortos, pero parecían mejorar con el paso del tiempo:<br />

eran más concisos, más poéticos, más originales en la forma en que expresaban su<br />

decepción respecto al país. “Toda persona está sola”, empezaba uno de ellos, “y por<br />

tanto no tenemos a quien recurrir salvo los unos a los otros.” O: “La democracia no se<br />

da. Hay que luchar por ella todos los días. De lo contrario corremos el riesgo de<br />

perderla. La única arma que tenemos a nuestra disposición es la ley.” O: “Descuidad a<br />

los niños y nos destruiremos a nosotros mismos. Existimos en el presente sólo en la<br />

medida en que ponemos nuestra fe en el futuro.” Contrariamente a lo que ocurre con el<br />

típico pronunciamiento terrorista, con su inflada retórica y sus demandas beligerantes,<br />

los comunicados del Fantasma no pedían lo imposible, sencillamente querían que<br />

América mirase hacia dentro y se enmendase. En ese sentido había algo casi bíblico en<br />

sus exhortaciones, y al cabo de algún tiempo empezó a hablar menos como un<br />

revolucionario político que como un profeta angustiado de voz dulce. En el fondo,<br />

únicamente estaba manifestando lo que ya pensaba mucha gente y, en algunos círculos<br />

por lo menos, había quienes llegaron a expresar su apoyo a lo que estaba haciendo. Sus<br />

bombas no habían herido a nadie, y si esas insignificantes explosiones obligaban a la<br />

gente a replantearse su postura ante la vida, entonces tal vez no fueran una mala idea<br />

después de todo.<br />

Para ser absolutamente sincero, no seguí esta historia con mucha atención. En el<br />

mundo estaban sucediendo cosas más importantes por entonces y cada vez que el<br />

Fantasma de la Libertad atraía mi atención, lo ignoraba considerándolo un chiflado, otra<br />

figura pasajera en los anales de la locura americana. De todos modos, aunque me<br />

hubiese interesado más, no creo que hubiese adivinado nunca que él y Sachs eran la<br />

misma persona. Era algo demasiado alejado de lo que era capaz de imaginar, demasiado<br />

ajeno a nada que pareciera posible, y no veo cómo hubiese podido ocurrírseme<br />

establecer una relación. Por otra parte (y sé que esto sonará raro), si el Fantasma me<br />

hacia pensar en alguien, era en Sachs. Hacía cuatro meses que Ben había desaparecido<br />

cuando se dio la noticia de las primeras bombas, y la mención de la Estatua de la<br />

Libertad inmediatamente me lo trajo a la cabeza. Eso era natural, supongo -teniendo en<br />

cuenta la novela que había escrito, teniendo en cuenta las circunstancias de su caída dos<br />

años antes-, y a partir de entonces la asociación se mantuvo. Cada vez que leía algo<br />

acerca del Fantasma pensaba en Ben. Los recuerdos de nuestra amistad volvían a mí<br />

precipitadamente, y de pronto empezaba a sentir dolor, a temblar al pensar en cuánto le<br />

echaba de menos.<br />

Pero eso era todo. El Fantasma era una señal de la ausencia de mi amigo, un<br />

catalizador del dolor personal, pero pasó más de un año hasta que me fijé en el propio<br />

Fantasma. Eso fue en 1989 y sucedió cuando encendí el televisor y vi a los estudiantes<br />

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