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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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Ella divagó durante un rato sobre un hombre que se llamaba Frank, luego habló de otro<br />

que se llamaba Terry y luego, un momento más tarde, estaba repasando los últimos años<br />

de su matrimonio con Dimaggio. Eso la llevó a una historia acerca de la policía (la cual<br />

al parecer la había interrogado después de que el cadáver de Dimaggio fuese<br />

descubierto), pero antes de haber terminado eso, le estaba contando su plan de mudarse,<br />

de marcharse de California y empezar de nuevo en algún otro sitio. Estaba bastante<br />

decidida a hacerlo cuando él apareció en su puerta y todo se vino abajo. Ya no era capaz<br />

de pensar, no sabía si iba o venía. Él esperó que continuara un poco más con eso, pero<br />

entonces pasó al tema del trabajo, alardeando de cómo se había defendido sin<br />

Dimaggio. Tenía permiso para ejercer como masajista, le contó, y también trabajaba<br />

como modelo para los catálogos de los grandes almacenes, y en conjunto había conseguido<br />

mantener la cabeza fuera del agua. Pero entonces, muy bruscamente, desechó el<br />

tema con un ademán como si careciese de importancia y empezó a llorar otra vez.<br />

-Todo saldrá bien -dijo Sachs-, ya lo verás. Todo lo malo ha quedado atrás. Lo<br />

que pasa es que todavía no te has dado cuenta.<br />

Fue el comentario indicado y puso fin a la conversación con una nota positiva.<br />

No se había resuelto nada, pero Lillian pareció aliviada por su comentario, conmovida<br />

por su intento de animarla. Cuando le dio un rápido abrazo de agradecimiento antes de<br />

irse a la cama, él resistió la tentación de estrecharla con más fuerza de la que debiera.<br />

No obstante, fue un momento exquisito para él, un momento de verdadero e innegable<br />

contacto. Sintió su cuerpo desnudo bajo el albornoz, la besó suavemente en la mejilla y<br />

comprendió que estaban de nuevo en el punto de partida, que todo lo que había ocurrido<br />

hasta aquel momento había quedado borrado.<br />

A la mañana siguiente, Lillian salió de casa a la misma hora de siempre,<br />

desapareciendo mientras Sachs y Maria iban camino del colegio. Pero esta vez había<br />

una nota en la cocina cuando regresó, un breve mensaje que parecía alentar sus más<br />

locas e improbables esperanzas. “Gracias por lo de anoche”, decía. “XXX.” Le gustó<br />

que hubiese usado el símbolo de los besos en lugar de firmar. Aunque la hubiese puesto<br />

allí con la más inocente de las intenciones -como un acto reflejo, como una variante del<br />

saludo tradicional-, la triple X también sugería otras cosas. Era el mismo código para el<br />

sexo que había visto en el sobrecito de cerillas la noche anterior, y le excitó imaginar<br />

que ella lo hubiese hecho a propósito, que hubiese utilizado esos símbolos en lugar de<br />

su nombre con el fin de introducir esa asociación en su mente.<br />

Fortalecido por esta nota, hizo algo que sabía que no debería haber hecho. Ya en<br />

el momento en que lo hacía comprendió que era un error, que estaba empezando a<br />

perder la cabeza, pero ya no era capaz de detenerse. Después de terminar sus rondas de<br />

la mañana, buscó la dirección del centro de masajes donde Lillian le había dicho que<br />

trabajaba. Estaba en Shattuck Avenue, en la zona norte de Berkeley, y sin siquiera<br />

molestarse en pedir una cita se metió en el coche y se dirigió allí. Quería sorprendería,<br />

entrar sin haber sido anunciado y saludarla muy despreocupadamente, como si fueran<br />

viejos amigos. Si ella estaba libre en ese momento, le pediría un masaje. Eso le<br />

proporcionaría una excusa legítima para que ella le tocara de nuevo, e incluso mientras<br />

saboreaba el contacto de sus manos sobre su piel podría calmar su conciencia<br />

diciéndose que la estaba ayudando a ganarse la vida. Nunca me han dado un masaje<br />

profesional, le diría, y quería saber cómo era. Encontró el lugar sin dificultad, pero<br />

cuando entró y le preguntó por Lillian Stern a la mujer del mostrador recibió una<br />

respuesta glacial.<br />

-Lillian Stern me dejó plantada la primavera pasada -dijo la mujer- y no ha<br />

vuelto a aparecer por aquí.<br />

Era lo último que esperaba y salió de allí sintiéndose traicionado, abrasado por<br />

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