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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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la persona más cercana a Sáchs, pero eso no significa que sea un experto en los detalles<br />

de su vida. Él tenía casi treinta años cuando le conocí y ninguno de los dos nos<br />

explayábamos mucho hablando del pasado. Su infancia es en gran medida un misterio<br />

para mí y, más allá de unos cuantos comentarios casuales que hizo acerca de sus padres<br />

y sus hermanas a lo largo de los años, no sé prácticamente nada acerca de su familia. Si<br />

las circunstancias fueran diferentes, intentaría hablar con algunas de estas personas<br />

ahora, haría un esfuerzo por llenar tantas lagunas como pudiera. Pero no estoy en<br />

situación de empezar a buscar a sus maestros de la escuela y a sus amigos del instituto,<br />

de concertar entrevistas con sus primos y compañeros de universidad y con los hombres<br />

con los que estuvo en prisión. No hay tiempo suficiente para eso, y puesto que me veo<br />

obligado a trabajar rápidamente, no tengo en qué apoyarme salvo mis propios<br />

recuerdos. No digo que se deba dudar de estos recuerdos, que haya nada falso o<br />

deformado en las cosas que sé acerca de Sachs, pero no quiero presentar este libro como<br />

algo que no es. No hay nada definitivo en él. No es una biografía ni un retrato<br />

psicológico exhaustivo, y aunque Sachs me confió muchas cosas durante los años de<br />

nuestra amistad, creo que sólo estoy en posesión de una comprensión parcial de su<br />

persona. Quiero decir la verdad acerca de él, contar estos recuerdos con la mayor<br />

sinceridad de que sea capaz, pero no puedo descartar la posibilidad de equivocarme, de<br />

que la verdad sea muy diferente de lo que yo imagino.<br />

Nació el 6 de agosto de 1945. Recuerdo la fecha porque siempre la mencionaba,<br />

refiriéndose a sí mismo en varias conversaciones como “el primer niño de Hiroshima<br />

nacido en Estados Unidos”, “el verdadero niño de la bomba”, “el primer hombre blanco<br />

que respiró en la era nuclear”. Solía afirmar que el médico le había traído al mundo en<br />

el preciso momento en que el Hombre Gordo salía de las entrañas del Enola Gay, pero<br />

siempre me pareció que esto era una exageración. La única vez que hablé con la madre<br />

de Sachs, ella no recordaba a qué hora había tenido lugar el nacimiento (había tenido<br />

cuatro hijos, decía, y todos los partos se mezclaban en su mente), pero por lo menos<br />

confirmó la fecha, añadiendo que se acordaba claramente de que le habían contado lo de<br />

Hiroshima después de que su hijo naciera. Si Sachs se inventó el resto no era más que<br />

una pequeña mitificación inocente por su parte. Se le daba muy bien convertir los<br />

hechos en metáforas, y puesto que siempre tenía gran abundancia de hechos a su<br />

disposición, podía bombardearte con un interminable surtido de extrañas conexiones<br />

históricas, emparejando a las personas y los acontecimientos más remotos. Una vez, por<br />

ejemplo, me contó que durante la primera visita de Peter Kropotkin a los Estados<br />

Unidos en la década de 1890, Mrs. Jefferson Davis, la viuda del presidente confederado,<br />

solicitó una entrevista con el famoso príncipe anarquista. Eso ya era de por sí extraño,<br />

decía Sachs, pero entonces, sólo unos minutos después de que Kropotkin llegase a casa<br />

de Mrs. Davis, se presentó por sorpresa nada más y nada menos que Booker T.<br />

Washington. Washington anunció que buscaba al hombre que había acompañado a<br />

Kropotkin (un amigo común), y cuando Mrs. Davis se enteró de que estaba esperando<br />

en el vestíbulo, ordenó que le hicieran pasar a reunirse con ellos. Así que durante la<br />

hora siguiente este improbable trío estuvo sentado alrededor de una mesa tomando el té<br />

y conversando cortésmente: el noble ruso que pretendía derribar a todo gobierno<br />

organizado, el antiguo esclavo convertido en escritor y educador y la esposa del hombre<br />

que llevó a América a su guerra más sangrienta en defensa de la institución de la<br />

esclavitud. Sólo Sachs podía saber algo semejante. Sólo Sachs podía informarle a uno<br />

de que cuando la actriz de cine Louise Brooks crecía en una pequeña ciudad de Kansas<br />

a principios de siglo, su vecina y compañera de juegos era Vivian Vance, la misma<br />

mujer que más tarde actuó en el programa de televisión Te quiero, Lucy. Le divertía<br />

haber descubierto esto: que los dos extremos de la feminidad americana, la vampiresa y<br />

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