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-Me suena muy rebuscado.<br />
-Por supuesto. Pero eso no significa que no sea verdad.<br />
-¿Tiene alguna prueba, o es una suposición infundada?<br />
-No lo sé, no se lo pregunté. En realidad no hablarnos mucho de eso.<br />
-¿Por qué no se lo preguntas ahora?<br />
-No estamos en muy buenas relaciones.<br />
-Ah, ¿no?<br />
-Fue una visita accidentada y no nos hemos llamado desde el año pasado.<br />
-Os peleasteis.<br />
-Sí, más o menos.<br />
-Por Ben, supongo. Tú todavía estás colgada de él, ¿no? Debió de ser duro<br />
escuchar a tu amiga contarte que se había enamorado de ella.<br />
De repente Maria volvió la cabeza hacia el otro lado y yo comprendí que tenía<br />
razón. Pero era demasiado orgullosa para admitirlo y un momento después había<br />
recobrado la suficiente serenidad para volver a mirarme. Me lanzó una dura e irónica<br />
sonrisa.<br />
-Tú eres el único hombre al que he querido, cariño -dijo-. Pero me dejaste<br />
plantada para casarte con otra, ¿no? Cuando una chica tiene el corazón roto, tiene que<br />
hacer lo que pueda.<br />
Conseguí convencerla de que me diese la dirección y el número de teléfono de<br />
Lillian. En octubre iba a salir un nuevo libro mío y mi editor me había organizado una<br />
gira para hacer lecturas en varias ciudades del país. San Francisco era la última parada<br />
del recorrido, y no tendría sentido ir allí sin intentar conocer a Lillian. No tenía la<br />
menor idea de si ella sabía dónde estaba Sachs o no -y aunque lo supiera, no era seguro<br />
que me lo dijese-, pero suponía que tendríamos muchas cosas de que hablar de todas<br />
formas. Aunque no fuera más que eso, quería echarle la vista encima para poder<br />
formarme mi propia opinión de cómo era. Todo lo que sabia de ella venía de Sachs y de<br />
Maria, y era una figura demasiado importante para que me fiase de las versiones de<br />
ellos. La llamé al día siguiente de que Maria me diese su número de teléfono. No estaba,<br />
pero le dejé un mensaje en el contestador y, para sorpresa mía, me llamó al día siguiente<br />
por la tarde. Fue una conversación breve pero cordial. Sabia quién era yo, dijo, Ben le<br />
había hablado de mí y le había regalado una de mis novelas, pero confesaba que no<br />
había tenido tiempo de leerla. No me atrevía a hacerle ninguna pregunta por teléfono.<br />
Bastaba con haber establecido contacto con ella, así que fui directo al grano y le<br />
pregunté si estaría dispuesta a encontrarse conmigo cuando fuera a Bay Area a finales<br />
de octubre. Vaciló un momento, pero cuando le expresé las ganas que tenía de verla,<br />
cedió. Llámeme cuando llegue a su hotel, dijo, y tomaremos una copa juntos en alguna<br />
parte. Fue así de sencillo. Pensé que tenía una voz interesante, más bien profunda, y me<br />
gustaba cómo sonaba. Si hubiese llegado a ser actriz, era la clase de voz que la gente<br />
habría recordado.<br />
La promesa de ese encuentro me mantuvo durante el siguiente mes y medio.<br />
Cuando el terremoto sacudió San Francisco a primeros de octubre, mi primer<br />
pensamiento fue preguntarme si habría de cancelar mi visita. Ahora me avergüenzo de<br />
mi falta de sensibilidad, pero en aquel momento apenas me percaté de ello. Autopistas<br />
destruidas, edificios en llamas, cuerpos mutilados y aplastados; todos estos desastres no<br />
significaban nada para mi excepto en la medida en que pudieran impedirme hablar con<br />
Lillian Stern. Afortunadamente, el teatro donde tenía que hacer la lectura no sufrió<br />
daños y el viaje se realizó como estaba planeado. Después de inscribirme subí a mi<br />
habitación y llamé a la casa de Berkeley. Una mujer con una voz desconocida contestó<br />
al teléfono. Cuando le pregunté si podía hablar con Lillian Stern, me dijo que Lillian se<br />
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