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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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solo intento de ponerse en contacto con su hija. Hasta que se materializó en el bosque<br />

de Vermont el día de su muerte, la historia de esos dos años eran un completo vacío.<br />

Mientras tanto, Lillian y Maria continuaron hablando por teléfono. Un mes<br />

después de la desaparición de Dimaggio, Maria le propuso a Lillian que hiciese la<br />

maleta y se fuese a Nueva York con la pequeña Maria. Incluso se ofreció a pagar el<br />

billete, pero, considerando que Lillian estaba completamente arruinada entonces, ambas<br />

decidieron que sería mejor utilizar el dinero para pagar facturas, así que Maria le giró a<br />

Lillian un préstamo de tres mil dólares (hasta el último centavo que podía permitirse), y<br />

el viaje fue pospuesto para alguna fecha futura. Dos años más tarde aún no había tenido<br />

lugar. Maria siempre imaginaba que iría a California a pasar un par de semanas con<br />

Lillian, pero nunca encontraba un buen momento, y lo más que podía hacer era cumplir<br />

sus plazos de trabajo. Después del primer año empezaron a llamarse menos. En un<br />

momento dado Maria le envió otros mil quinientos dólares, pero habían transcurrido ya<br />

cuatro meses desde su última conversación y sospechaba que Lillian estaba en muy<br />

mala situación. Era una forma terrible de tratar a una amiga, dijo, cediendo nuevamente<br />

a un ataque de llanto. Ni siquiera sabía qué hacía Lillian, y ahora que había sucedido<br />

esto tan terrible, veía lo egoísta que había sido, se daba cuenta de que le había fallado<br />

miserablemente.<br />

Quince minutos después Sachs estaba tumbado en el sofá del estudio de Maria,<br />

deslizándose hacia el sueño. Podía ceder a su agotamiento porque ya había trazado un<br />

plan, porque ya no tenía dudas respecto a lo que iba a hacer. Después de que Maria le<br />

contase la historia de Dimaggio y Lillian Stern, había comprendido que la coincidencia<br />

de la pesadilla era en realidad una solución, una oportunidad en forma de milagro. Lo<br />

esencial era aceptar el carácter sobrenatural del suceso; no negarlo, sino abrazarlo,<br />

aspirarlo como una fuerza sustentadora. Donde todo había sido oscuridad para él, ahora<br />

venía una claridad hermosa e impresionante. Iría a California y le daría a Lillian Stern el<br />

dinero que había encontrado en el coche de Dimaggio, no sólo el dinero, sino el dinero<br />

como un símbolo de todo lo que tenía que dar, de su alma entera. La alquimia de la<br />

retribución así lo exigía, y una vez que hubiese realizado este acto, quizá habría un poco<br />

de paz para él, quizá tendría una excusa para continuar viviendo. Dimaggio había<br />

quitado una vida; él le había quitado la vida a Dimaggio. Ahora le tocaba a él, ahora<br />

tenían que quitarle la vida a él. Ésa era la ley interior y, a menos que encontrase el valor<br />

para eliminarse, el circulo de la maldición no se cerraría nunca. Por mucho que viviese,<br />

su vida nunca volvería a pertenecerle; entregándole el dinero a Lillian Stern, se pondría<br />

en sus manos. Esa sería su penitencia: utilizar su vida para darle la vida a otra persona;<br />

confesar; arriesgarlo todo en un insensato sueño de piedad y perdón.<br />

No habló de ninguna de estas cosas con Maria. Temía que no le entendiera y le<br />

horrorizaba la idea de confundirla, de causarle alarma. Sin embargo, retrasó su marcha<br />

lo más que pudo. Su cuerpo necesitaba descanso, y puesto que Maria no tenía prisa por<br />

deshacerse de él, acabó quedándose en su casa tres días más. En todo ese tiempo no<br />

puso los pies fuera del loft. Maria le compró ropa nueva; compró comida y la cocinó<br />

para él; le suministró periódicos mañana y tarde. Aparte de leer los periódicos y ver las<br />

noticias de la televisión, Sachs no hizo casi nada. Dormía. Miraba por la ventana.<br />

Pensaba en la inmensidad del miedo.<br />

El segundo día salió un breve articulo en el New York Times que informaba del<br />

descubrimiento de dos cadáveres en Vermont. Así fue como Sachs se enteró de que el<br />

apellido de Dwight era McMartin, pero la noticia era demasiado esquemática para dar<br />

algún detalle acerca de la investigación que al parecer se había iniciado. En el New York<br />

Times de esa tarde había otro articulo que ponía el énfasis en lo desconcertadas que<br />

estaban las autoridades locales, pero nada de un tercer hombre, nada acerca de un<br />

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