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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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Maria se convirtió en su compañera, su premio de consolación, su infalible<br />

recompensa. Le preparaba el desayuno todas las mañanas, la acompañaba al colegio, la<br />

recogía por la tarde, le cepillaba el pelo, la bañaba, la metía en la cama por la noche.<br />

Eran éstos placeres que él no podía haber imaginado, y a medida que el lugar que él<br />

ocupaba en la rutina de la niña se hacía más sólido, el afecto entre ellos se hacía más<br />

profundo. Antes Lillian le encargaba a una mujer que vivía en la misma manzana el<br />

cuidado de Maria, pero aunque Mrs. Santiago era amable, tenía una familia numerosa y<br />

raras veces le hacía mucho caso a Maria excepto cuando alguno de sus hijos se metía<br />

con ella. Dos días después de que Sachs se instalara en la casa, Maria anunció<br />

solemnemente que no volvería jamás a casa de Mrs. Santiago. Prefería la forma en que<br />

él se ocupaba de ella, dijo, y si no le molestaba demasiado, pasaría su tiempo con él.<br />

Sachs le dijo que estaría encantado. Iban andando por la calle, de vuelta del colegio, y<br />

un momento después de darle esa respuesta sintió que su manita le agarraba el pulgar.<br />

Continuaron andando en silencio durante medio minuto y luego Maria se detuvo y dijo:<br />

-Además, Mrs. Santiago tiene sus propios hijos, y tú no tienes niños, ¿verdad?<br />

Sachs ya le había dicho que no tenía hijos, pero negó con la cabeza para<br />

indicarle que su razonamiento era correcto.<br />

-No es justo que alguien tenga demasiados y otra persona esté completamente<br />

sola, ¿verdad? -continuó Maria. De nuevo Sachs negó con la cabeza y no la<br />

interrumpió-. Creo que esto está bien -dijo ella-. Ahora tú me tendrás a mí y Mrs.<br />

Santiago tendrá sus propios hijos, así todo el mundo estará contento.<br />

El primer lunes alquiló un apartado de correos en la estafeta de Berkeley para<br />

tener una dirección, devolvió el Plymouth a la sucursal más próxima de la agencia de<br />

coches y se compró un Buick Skylark de nueve años por menos de mil dólares. El<br />

martes y el miércoles abrió once cuentas de ahorros en distintos bancos de la ciudad.<br />

Temía depositar todo el dinero en el mismo sitio, y abrir múltiples cuentas parecía más<br />

prudente que entrar en alguna parte con ciento cincuenta mil dólares en billetes.<br />

Además, llamaría menos la atención cuando sacara el dinero para sus pagos diarios a<br />

Lillian. Mantendría su negocio en permanente rotación y eso evitaría que alguno de los<br />

cajeros o directores de banco llegase a conocerle bastante bien. Al principio pensó en<br />

visitar un banco distinto cada once días, pero cuando descubrió que para retirar mil<br />

dólares se necesitaba una firma especial del director, empezó a ir a dos bancos<br />

diferentes cada mañana y a utilizar los cajeros automáticos, que desembolsaban un<br />

máximo de quinientos dólares por operación. Eso ascendía a retiradas semanales de<br />

quinientos dólares en cada banco, una suma insignificante de acuerdo con cualquier<br />

criterio. Era una solución eficaz y además prefería introducir su tarjeta de plástico en la<br />

ranura y apretar unos botones que tener que hablar con una persona.<br />

De todos modos, los primeros días fueron duros para él. Sospechaba que el<br />

dinero que había encontrado en el coche de Dimaggio era robado; lo cual podía<br />

significar que los números de serie de los billetes habían sido transmitidos por<br />

ordenador a los bancos de todo el país. Pero, obligado a elegir entre correr ese riesgo o<br />

guardar el dinero en la casa, había decidido lo primero. Era demasiado pronto para saber<br />

si se podía fiar de Lillian, y dejar el dinero debajo de sus narices no sería la forma más<br />

inteligente de averiguarlo. En cada banco al que iba esperaba que el director mirase el<br />

dinero, se excusase un momento y regresase al despacho con un policía detrás, pero<br />

nada de eso sucedió. Los hombres y las mujeres que abrieron sus cuentas fueron<br />

sumamente corteses. Contaron su dinero con una veloz destreza de robot, sonrieron, le<br />

dieron la mano y le dijeron que estaban encantados de tenerle como cliente. Como<br />

bonificación por empezar con depósitos iniciales superiores a los diez mil dólares,<br />

recibió cinco tostadores, cuatro radio-relojes, un televisor portátil y una bandera<br />

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