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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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que había que ocultarle al resto del mundo. Ninguna de estas restricciones me<br />

disgustaba. Me vestía con la ropa que Maria deseaba que llevase, satisfacía su apetito de<br />

lugares de encuentro raros (taquillas del metro, salas de apuestas, lavabos de<br />

restaurantes), comía las comidas coordinadas por el color que ella preparaba. Todo era<br />

juego para Maria, una llamada a la invención constante, y ninguna idea era demasiado<br />

disparatada como para no probarla una vez. Hicimos el amor vestidos y desnudos, con<br />

luz y sin luz, en interiores y exteriores, sobre su cama y debajo de ella. Nos pusimos<br />

togas, trajes de cavernícolas y esmóquines alquilados. Fingimos ser desconocidos,<br />

fingimos ser un matrimonio. Hicimos el número del médico y la enfermera, el número<br />

de la camarera y el cliente, el número del profesor y la alumna. Todo era bastante<br />

infantil, supongo, pero Maria se tomaba estas escenas muy en serio, no como<br />

diversiones sino como experimentos, como estudios acerca de la naturaleza cambiante<br />

del yo. Si no hubiese sido tan seria, dudo que yo hubiese podido continuar con ella<br />

como lo hice. Vi a otras mujeres durante ese tiempo, pero Maria era la única que<br />

significaba algo para mí, la única que todavía hoy forma parte de mi vida.<br />

En septiembre de ese año (1979), finalmente se vendió la casa de Dutchess<br />

County, y Delia y David se trasladáron a Nueva York v se instalaron en un piso de<br />

Brooklyn, en la zona de Cobble Hill. Esto hizo que las cosas mejorasen y a la vez<br />

empeorasen para mí. Podía ver a mi hijo más a menudo, pero también significaba<br />

contactos más frecuentes con la que pronto sería mi ex mujer. Los trámites de nuestro<br />

divorcio estaban por entonces muy avanzados, pero Delia estaba empezando a tener<br />

dudas, y en aquellos últimos meses antes de que saliese el fallo hizo un oscuro y débil<br />

intento de reconquistarme. Si no hubiese habido un David en la escena, habría podido<br />

resistir esta campaña sin ninguna dificultad. Pero el niño claramente sufría por mi<br />

ausencia, y yo me sentía responsable de sus pesadillas, sus ataques de asma y sus<br />

lágrimas. La culpa es un poderoso persuasor, y Delia instintivamente pulsaba los botones<br />

adecuados siempre que yo estaba cerca. Una vez, por ejemplo, después de que un<br />

conocido suyo hubiese ido a cenar a su casa, me informó que David se había subido a su<br />

regazo y le había preguntado si iba a ser su nuevo papá. Delia no me estaba echando en<br />

cara este incidente, simplemente compartía su preocupación conmigo, pero yo cada vez<br />

que oía una de estas historias me hundía un poco más en las arenas movedizas del<br />

remordimiento. No era que desease vivir con Delia de nuevo, pero me preguntaba si no<br />

debería resignarme a ello, si no estaba destinado a estar casado con ella después de<br />

todo. Consideraba que el bienestar de David era más importante que el mío propio, y sin<br />

embargo, durante un año había estado jugueteando con Maria Turner y las otras,<br />

rechazando cualquier pensamiento que se refiriese al futuro. Era difícil justificar aquella<br />

vida ante mí mismo. La felicidad no era lo único que contaba. Una vez que te convertías<br />

en padre, había obligaciones que no podías rehuir, obligaciones con las que tenias que<br />

cumplir, costara lo que costara.<br />

Fanny fue quien me salvó de lo que hubiese sido una decisión terrible. Ahora<br />

puedo decir eso, a la luz de lo que sucedió después, pero entonces nada estaba claro<br />

para mí. Cuando terminó el contrato de subarriendo de mi habitación de Varick Street,<br />

alquilé un apartamento a seis o siete manzanas de la casa de Delia en Brooklyn. No<br />

tenía intención de irme a vivir tan cerca de ella, pero los precios en Manhattan eran<br />

demasiado altos para mí, y una vez que empecé a buscar al otro lado del río, todos los<br />

pisos que me enseñaban parecían estar en su barrio. Acabé cogiendo un apartamento<br />

bastante deteriorado en Carroll Gardens, pero el alquiler era asequible y el dormitorio<br />

era lo bastante grande como para poner dos camas, una para mí y otra para David. Él<br />

empezó a pasar dos o tres noches a la semana conmigo, lo cual era un buen cambio en sí<br />

mismo, pero me ponía en una situación precaria con Delia. Me había dejado resbalar de<br />

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