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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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muerto, y la idea de ir a la policía del estado le parecía inimaginable. Ya había cumplido<br />

condena en prisión. Había sido convicto, y sin testigos que corroboraran su historia,<br />

nadie iba a creer una palabra de lo que dijera. Todo era demasiado absurdo, demasiado<br />

increíble. No podía pensar con mucha claridad, por supuesto, pero todos sus pensamientos<br />

se centraban enteramente en él. No podía hacer nada por Dwight, pero por lo<br />

menos podía salvar su propio pellejo. Y en medio de su pánico la única solución que se<br />

le ocurrió fue salir pitando de allí.<br />

Sabía que la policía deduciría que había un tercer hombre. Seria evidente que<br />

Dwight y el desconocido no se habían matado el uno al otro, ya que un hombre con tres<br />

balas en el cuerpo difícilmente tendría la fuerza necesaria para matar a un hombre de un<br />

porrazo, y aunque así hubiese sido, no habría podido andar seis metros por el camino<br />

después de haberlo hecho, y menos aún cuando una de esas balas estaba encajada en su<br />

cráneo. Sachs sabia también que era inevitable que dejase algún rastro tras sí. Por muy<br />

concienzudamente que limpiase sus huellas, un equipo forense competente no tendría<br />

dificultad en encontrar algo con lo que empezar a trabajar: una huella dactilar, un<br />

mechón de pelo, un fragmento microscópico. Pero nada de eso cambiaría las cosas.<br />

Siempre y cuando consiguiese quitar sus huellas dactilares del camión, siempre y<br />

cuando se llevase el bate consigo, no habría nada que le identificase como el hombre<br />

desaparecido. Ésa era la cuestión crucial. Tenía que asegurarse de que el hombre<br />

desaparecido pudiese ser cualquiera. Una vez que hiciese eso estaría libre de irse a casa.<br />

Pasó varios minutos frotando la superficie de la camioneta: el salpicadero, el<br />

asiento, las ventanillas, los tiradores exteriores e interiores de las puertas, todo lo que se<br />

le ocurrió. No bien terminó, lo hizo de nuevo, y luego una vez más para mayor<br />

seguridad. Después de recoger el bate del suelo, abrió la portezuela del coche del<br />

desconocido, vio que la llave estaba aún puesta y se metió detrás del volante. El motor<br />

arrancó al primer intento. Habría huellas de las ruedas, por supuesto, y esas huellas<br />

desvanecerían cualquier duda acerca de la presencia de un tercer hombre, pero Sachs<br />

estaba demasiado asustado para marcharse a pie. Eso es lo que habría sido más sensato:<br />

alejarse andando, irse a casa, olvidarse de todo el horrible asunto. Pero su corazón latía<br />

demasiado deprisa para hacer eso, sus pensamientos galopaban desatados, y actos<br />

serenos de ese tipo ya no eran posibles. Ansiaba la velocidad, ansiaba la velocidad y el<br />

ruido del coche, y ahora que ya estaba preparado, lo único que deseaba era irse, estar<br />

sentado en el coche y conducir lo más rápido que pudiese. Sólo eso podría equipararse<br />

al tumulto que había en su interior, sólo eso le permitiría silenciar el estruendo de terror<br />

en su cabeza.<br />

Condujo hacia el norte por la autopista interestatal durante dos horas y media,<br />

siguiendo el río Connecticut hasta llegar a la latitud de Barre. Allí fue donde el hambre<br />

le pudo finalmente. Temía que le costara trabajo retener el alimento, pero no había<br />

comido nada en veinticuatro horas y sabía que tenía que intentarlo. Dejó la autopista en<br />

la salida siguiente, condujo por una autovía durante quince o veinte minutos y luego se<br />

detuvo a almorzar en un pueblo cuyo nombre no recordaba. Para no correr riesgos,<br />

ordenó dos huevos pasados por agua y una tostada. Después de comer, entró en el<br />

servicio de caballeros y se aseó, sumergiendo la cabeza en un lavabo lleno de agua<br />

caliente y quitándose las ramitas y manchas de tierra de la ropa. Esto le hizo sentirse<br />

mucho mejor. Cuando pagó la cuenta y salió del restaurante, comprendió que el paso<br />

siguiente era dar la vuelta e irse a Nueva York. No iba a ser posible callarse la historia.<br />

Eso estaba claro ya, y una vez que se dio cuenta de que tenía que hablar con alguien,<br />

supo que esa persona tenía que ser Fanny. A pesar de todo lo que había sucedido<br />

durante el último año, de repente anheló volver a verla.<br />

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