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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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asesinatos. Más adelante pensaba convencerle de que fuese a la policía, pero por ahora<br />

su única preocupación era protegerle, demostrarle su lealtad. Sachs se estaba<br />

desmoronando, y una vez que las palabras comenzaron a salir de su boca, una vez que<br />

empezó a oírse describiendo las cosas que había hecho, fue presa de la repugnancia.<br />

Maria trató de hacerle comprender que había actuado en defensa propia -que no era<br />

responsable de la muerte del desconocido-, pero Sachs se negó a aceptar sus<br />

argumentos. Quisiera o no, había matado a un hombre, y las palabras nunca borrarían<br />

ese hecho. Pero si no hubiese matado al extraño, dijo Maria, el extraño le habría matado<br />

a él. Tal vez si, respondió Sachs, pero a la larga hubiera sido preferible a la posición en<br />

que se encontraba ahora. Habría sido mejor morir, dijo, mejor que le hubieran pegado<br />

un tiro aquella mañana que tener aquel recuerdo consigo para el resto de su vida.<br />

Continuaron hablando, tejiendo y destejiendo estos argumentos torturados,<br />

sopesando el hecho y sus consecuencias, reviviendo las horas que Sachs había pasado<br />

en el coche, la escena con Fanny en Brooklyn, su noche en el bosque. Recorrieron el<br />

mismo terreno tres o cuatro veces, ambos incapaces de dormir, y luego, en mitad de esta<br />

conversación, todo se detuvo. Sachs abrió la bolsa de los bolos y mostró a Maria lo que<br />

había encontrado en el maletero del coche, con el pasaporte encima del dinero. Lo sacó<br />

y se lo tendió, insistiendo en que le echara un vistazo, empeñado en demostrar que el<br />

desconocido había sido una persona real, un hombre que tenía un nombre, una edad, un<br />

lugar de nacimiento. Esto hacia que todo resultara muy concreto, dijo. Si el hombre<br />

hubiese sido anónimo, tal vez habría sido posible pensar en él como en un monstruo,<br />

imaginar que merecía morir, pero el pasaporte le desmitificaba, le mostraba como un<br />

hombre igual a cualquier otro. Ahí estaban sus datos, el perfil de una vida real. Y ahí<br />

estaba su foto. Increíblemente, el hombre sonreía en la fotografía. Según le dijo Sachs a<br />

Maria cuando le puso el documento en la mano, estaba convencido de que aquella<br />

sonrisa le destruiría. Por muy lejos que se fuera de los sucesos de aquella mañana,<br />

nunca conseguiría escapar a ella.<br />

Así que Maria abrió el pasaporte, pensando ya en lo que le diría a Sachs,<br />

buscando unas palabras que le tranquilizaran, y miró la foto fugazmente. Luego la miró<br />

de nuevo, llevando los ojos una y otra vez del nombre a la fotografía, y de repente (así<br />

fue como me lo contó el año pasado) sintió que su cabeza estaba a punto de estallar.<br />

Esas fueron las palabras exactas que utilizó para describir lo sucedido: “Sentí que mi<br />

cabeza estaba a punto de estallar.”<br />

Sachs le preguntó qué pasaba. Había visto el cambio en su expresión y no lo<br />

entendía.<br />

-Dios santo -dijo ella.<br />

-¿Estás bien?<br />

-Esto es una broma, ¿no? No es más que un estúpido chiste, ¿verdad?<br />

-No te entiendo.<br />

-Reed Dimaggio. Ésta es una foto de Reed Dimaggio.<br />

-Eso es lo que dice ahí. No tengo ni idea de si es un nombre real.<br />

-Le conozco.<br />

-¿Qué?<br />

-Le conozco. Estaba casado con mi mejor amiga. Yo asistí a su boda. Le<br />

pusieron mi nombre a su hija.<br />

-Reed Dimaggio.<br />

-Sólo hay un Reed Dimaggio. Y ésta es su foto. La estoy mirando ahora mismo.<br />

-Eso no es posible.<br />

-¿Crees que me lo estoy inventando?<br />

-El hombre era un asesino. Le disparó al muchacho a sangre fría.<br />

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