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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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encendido medio segundo antes de fallar. Unas veces vibraba demasiado durante

las pruebas; otras respondía mal a la incorporación de nuevos elementos; otras se

rompía y necesitaba arreglos importantes, como cambiar un colector de aluminio

por otro fabricado con un material más exótico, el Inconel, una aleación capaz de

soportar temperaturas extremas. En cierta ocasión, una válvula de combustible

no se abrió correctamente e hizo explotar el motor; en otra, se prendió fuego

todo el banco de pruebas. La ingrata tarea de llamar a Musk para contarle los

problemas que habían surgido durante la jornada solía recaer en Buzza y

Mueller. «Elon tenía mucha paciencia —afirma Mueller—. Recuerdo una

ocasión en la que hicimos dos pruebas al mismo tiempo y las dos acabaron en

desastre. Le dije a Elon que podíamos probar con otro motor, pero lo cierto es

que me sentía muy frustrado y muy cansado y estuve seco con él. Le dije:

“Podemos probar con otro puto motor, pero hoy ya he hecho explotar demasiada

mierda”. Y él me respondió: “De acuerdo, no te preocupes. Cálmate. Mañana lo

intentamos otra vez”.» Más adelante, algunos empleados de El Segundo

contaron que Elon había estado al borde de las lágrimas durante aquella llamada

al notar la frustración y el dolor en la voz de Mueller.

Lo que Musk no toleraba eran las excusas o la falta de un plan de ataque

claro. Hollman fue uno de los muchos ingenieros que llegó a aquella conclusión

después de enfrentarse a uno de los típicos interrogatorios de Musk. «La peor

llamada fue la primera —recuerda Hollman—. Algo había salido mal, y Elon me

preguntó cuánto nos costaría volver a estar en marcha, una pregunta para la que

en aquel momento yo no tenía respuesta. Me dijo: “Pues debes tenerla. Es

importante para la empresa. Todo depende de esto. ¿Cómo es que no tienes una

respuesta?”. Siguió machacándome con preguntas directas e incisivas. Yo creía

que era vital mantenerle al tanto de lo que ocurría, pero comprendí que todavía

era más importante tener toda la información.»

De vez en cuando, Musk participaba personalmente en las pruebas. En una

ocasión especialmente señalada, SpaceX trataba de perfeccionar una cámara de

enfriamiento para los motores. La empresa había comprado varias a 75.000

dólares la unidad, y tenía que probarla bajo el agua para determinar su capacidad

de soportar presión. En la primera prueba, una de las cámaras se rompió.

Después, la segunda volvió a romperse por el mismo sitio. Musk ordenó una

tercera prueba, mientras los ingenieros lo miraban horrorizados. Pensaban que la

prueba sometía a los aparatos a una presión excesiva y que Musk echaba por la

borda una parte imprescindible del equipo. Cuando la tercera también se rompió,

Musk voló con las cámaras a California, las llevó a la fábrica y, con ayuda de

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