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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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completamente arreglado en un hangar improvisado. «Fue como estar juntos en

una trinchera —dice Altan—. No podías marcharte y abandonar a la persona que

tenías al lado. Cuando logramos arreglarlo, la sensación fue increíble.»

El cuarto y posiblemente último lanzamiento de SpaceX tuvo lugar el 28 de

septiembre de 2008. Los empleados de SpaceX habían trabajado sin descanso,

bajo una presión enorme, durante seis semanas. Estaban en juego su orgullo

como ingenieros, sus esperanzas y sus sueños. «La gente que veía la

retransmisión desde la fábrica hacía todo lo posible para no vomitar», recuerda

James McLaury, un operario de SpaceX. A pesar de los errores del pasado, los

ingenieros desplazados a Kwaj estaban seguros de que aquel lanzamiento saldría

bien. Algunos de ellos habían pasado años en la isla, entregados a uno de los

ejercicios de ingeniería más surrealistas de la historia. Se habían separado de sus

familias, habían soportado un calor sofocante y habían vivido exiliados durante

días enteros en su pequeño puesto de avanzada junto a la plataforma de

lanzamiento, a veces sin mucha comida, a la espera de que se abriesen las

ventanas de lanzamiento y de un nuevo aborto. Si aquel lanzamiento tenía éxito,

gran parte de su dolor, su sufrimiento y su miedo quedarían relegados al olvido.

Al caer la tarde del día 28, el equipo de SpaceX colocó el Falcon 1 en

posición de lanzamiento. Una vez más, al elevarlo mientras las palmeras se

balanceaban y las nubes cruzaban por un cielo increíblemente azul, parecía un

extraño artefacto construido por una tribu isleña. Para entonces, las

retransmisiones por internet de SpaceX se habían vuelto más complejas, de

manera que cada lanzamiento era un gran espectáculo tanto para sus empleados

como para el público. Dos ejecutivos de marketing de la empresa emplearon los

veinte minutos anteriores al lanzamiento en detallar todos los entresijos técnicos.

En aquella ocasión, el Falcon 1 no llevaba carga real; ni la empresa ni los

militares querían que nada explotase o se perdiera en el mar, de modo que el

cohete transportaba una carga de lastre de unos 160 kilos.

El hecho de que SpaceX no hubiera logrado hasta entonces el éxito

esperado no arredró a los empleados ni frenó su entusiasmo. Cuando el cohete

rugió y empezó a ganar altura, los empleados en la sede de SpaceX lanzaron

vítores estridentes. Cada etapa concluida satisfactoriamente —despegue de la

isla, indicadores del estado del motor en valores correctos— se recibía con

nuevos silbidos y gritos de alegría. Tras desprenderse la primera fase, se

encendió la segunda, transcurrido un minuto y medio desde el lanzamiento, y los

empleados se volvieron locos de entusiasmo, llenando el audio de la transmisión

con sus gritos de éxtasis. «Perfecto», dijo uno de los presentadores. El motor

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