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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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Los ánimos del Equipo Musk no podían estar más por los suelos. Corría

finales de febrero de 2002, y salieron del edificio para llamar a un taxi que los

llevara directamente al aeropuerto, rodeados por la nieve y el barro del invierno

moscovita. Nadie hablaba en el interior del vehículo. Musk había viajado a Rusia

lleno de optimismo ante la posibilidad de organizar un gran espectáculo para

deleite de la humanidad, y se marchaba exasperado y decepcionado por la

naturaleza humana. Los rusos eran los únicos que disponían de cohetes que

podían ajustarse al presupuesto de Musk. «El trayecto en taxi era largo —

rememora Cantrell—. Guardamos silencio y nos dedicamos a observar a los

campesinos rusos que vendían sus productos en medio de la nieve.» Se subieron

al avión con el mismo estado de ánimo, hasta que les trajeron la carta de bebidas.

«Siempre te sientes especialmente bien cuando las ruedas despegan de Moscú —

dice Cantrell—. Piensas: “Dios mío, lo he logrado”. Así que Griffin y yo

pedimos unos tragos y brindamos.» Musk iba delante de ellos, escribiendo en su

ordenador. «Pensábamos: “Qué demonios está haciendo ahora ese puto friki”.»

En aquel momento, Musk se volvió y les mostró una hoja de cálculo que

acababa de crear. «Mirad —dijo—, creo que podemos construir el cohete

nosotros mismos.»

Griffin y Cantrell se habían bebido ya un par de copas y estaban demasiado

desanimados para soñar. Conocían infinidad de historias sobre millonarios

deseosos de conquistar el espacio que habían perdido toda su fortuna en el

intento. El año anterior, Andrew Beal, un mago de los bienes raíces y las

finanzas que vivía en Texas, había cerrado su empresa aeroespacial después de

gastarse millones de dólares en ensayos. «Y nosotros pensábamos: “Sí, claro, ¿lo

construyes tú y cuántos más?” —recuerda Cantrell—. Pero Elon dijo: “No, en

serio, he hecho los cálculos”.» Cuando Musk les pasó el ordenador, Griffin y

Cantrell se quedaron atónitos. El documento detallaba los costes de los

materiales necesarios para construir, ensamblar y lanzar un cohete. Según las

estimaciones de Musk, podía competir con las empresas del ramo construyendo

un cohete no muy grande destinado a la parte del mercado especializada en

enviar satélites pequeños y equipos de investigación al espacio. La hoja de

cálculo mostraba también las características del cohete con un grado de detalle

notable. «¿De dónde has sacado esto?», le preguntó Cantrell.

Musk se había pasado meses estudiando la industria aeroespacial y las

bases físicas que la sustentaban. Cantrell y otros le habían prestado libros como

Rocket Propulsion Elements, Fundamentals of Astrodynamics y

Aerothermodynamics of Gas Turbine and Rocket Propulsion y algunos textos

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