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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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del motor y —cómo no— la transmisión. Eso significaba que durante unos cinco

años había estado entre los empleados más capaces de Tesla, y al mismo tiempo

se había visto constantemente fustigado por no cumplir con los plazos exigidos y

retrasar a toda la compañía. Había sufrido algunas de las peores diatribas de

Musk, dirigidas contra él o contra los proveedores, en las que este hablaba de

cortar pelotas y de otras lindezas por el estilo. Había visto a un Musk exhausto y

estresado escupir el café sobre una mesa de reuniones porque se había quedado

frío y, a renglón seguido, exigir a los empleados que trabajaran con más ahínco,

fueran más productivos y dieran menos problemas. Como tantos otros testigos de

aquella clase de reacciones, Lyons no se engañaba sobre la auténtica

personalidad de Musk, pero le profesaba el máximo respeto por sus ideas

ambiciosas y por su determinación para hacerlas realidad. «Trabajar en Tesla era

como ser Kurtz en Apocalypse Now —dice Lyons—. Da igual el método. Lo

importante es cumplir con tu trabajo. Elon lo lleva metido en la sangre. Escucha,

formula preguntas atinadas, es rápido de reflejos y llega al fondo de la cuestión.»

Tesla sobrevivió a aquella pérdida de algunos de los empleados más

antiguos. Gracias al atractivo de su marca empresarial siguió reclutando a

talentos de primer orden, incluidas personas procedentes de grandes compañías

automovilísticas que supieron resolver los problemas con que se había topado el

Roadster. Sin embargo, el mayor problema de Tesla nada tenía que ver con la

entrega de sus empleados, la ingeniería o la mercadotecnia. A finales de 2007, la

empresa se estaba quedando sin dinero. Desarrollar el Roadster había costado

unos 140 millones de dólares, una cantidad muy superior a los 25 millones de

dólares previstos en el plan de negocio de 2004. En circunstancias normales

cabría pensar que todos los esfuerzos de Tesla le habrían procurado más fondos.

Sin embargo, corrían tiempos convulsos. Las grandes firmas automovilísticas de

Estados Unidos luchaban para no caer en quiebra mientras afrontaban la peor

crisis económica desde la Gran Depresión. En medio de aquel panorama, Musk

tenía que convencer a los inversores de Tesla para que aportaran varias decenas

más de millones de dólares, y los inversores tenían que acudir a sus

financiadores para explicarles que la operación tenía sentido. Como ha dicho

Musk: «Imagínate que tienes que explicar que estás invirtiendo en una empresa

de automóviles eléctricos, y todo lo que se publica sobre ella indica que no

funciona, que parece condenada al fracaso, que vivimos una recesión y que nadie

se compra un automóvil». Todo lo que Musk tenía que hacer para sacar a Tesla

de aquel atolladero era perder hasta el último centavo de su fortuna y ponerse al

borde de sufrir un colapso.

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