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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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temor de que la segunda marcha se embragara a alta velocidad y no se

sincronizara adecuadamente con el motor, lo que causaría daños catastróficos en

el vehículo.

Lyons y el resto de los ingenieros trataron de solucionar el problema de

inmediato. Buscaron a otro par de empresas especializadas con la esperanza de

que entregaran algo utilizable al cabo de poco tiempo. Sin embargo, pronto

resultó evidente que aquellos contratistas no estaban empleando a sus mejores

hombres en aquel proyecto encargado por una pequeña empresa emergente de

Silicon Valley, y que las nuevas transmisiones no eran mejores que las primeras.

Durante las pruebas, Tesla descubrió que las transmisiones a veces se rompían al

cabo de los 250 kilómetros y que la distancia promedio entre fallos era de unos

3.200 kilómetros. Cuando un equipo de Detroit realizó un análisis para encontrar

la raíz del problema, descubrió que se podía deber a catorce causas distintas.

Tesla pretendía entregar el Roadster en noviembre de 2007, pero los problemas

de transmisión demoraron el plazo. El 1 de enero de 2008, la empresa tuvo que

empezar desde cero con un tercer sistema de transmisión.

Tesla también tuvo que hacer frente a una serie de problemas en el

extranjero. La empresa había decidido enviar a un equipo de sus ingenieros más

jóvenes y enérgicos a Tailandia para establecer una fábrica de baterías. Para ello

se asoció con un socio entusiasta aunque no totalmente capacitado. Los

ingenieros viajaron convencidos de que iban a supervisar y gestionar la

construcción de una fábrica de baterías de última generación. En lugar de una

fábrica se encontraron con un bloque de hormigón cuyo techo estaba sostenido

por unos cuantos pilares. El edificio se encontraba a tres horas de viaje al sur de

Bangkok, y como solía ocurrir con la mayoría de las fábricas en aquella región

increíblemente calurosa, estaba en gran parte abierta al exterior. El resto de los

productos que se fabricarían en ella —calentadores, neumáticos y accesorios—

podían soportar el azote de los elementos. Sin embargo, las baterías y los

equipos electrónicos eran más sensibles: la humedad y el salitre los habrían

deteriorado, como ya había ocurrido con algunos componentes del Falcon 1.

Finalmente, el socio de Tesla pagó cerca de 75.000 dólares para poner un muro

en seco, recubrir el suelo y crear salas de almacenamiento climatizadas. Los

ingenieros de Tesla se pasaron las horas muertas tratando de enseñar a los

trabajadores tailandeses cómo manejar la electrónica correctamente. El

desarrollo de la tecnología de las baterías, que hasta entonces había avanzado a

un ritmo rápido, empezó a ir a paso de tortuga.

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