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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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daba el aire de un asesino a sueldo, se presentó en el taller junto a Justine,

entonces embarazada. Mueller sujetaba el motor sobre un hombro, tratando de

atornillarlo a un soporte, cuando Musk empezó a acribillarle a preguntas. «Me

preguntó cuánto impulso tenía —recuerda Mueller—. Quería saber si alguna vez

había trabajado en algo más grande. Le respondí que sí, que había trabajado en

un motor de tres millones de newtons de impulso en TRW que conocía como la

palma de mi mano.» Mueller dejó el motor en el suelo para tratar de responder a

aquel interrogatorio. «¿Cuánto costaría un motor tan grande?», preguntó Musk.

Mueller le dijo que TRW lo podía construir por unos doce millones de dólares.

«Sí, pero ¿cuánto cuesta en realidad?», replicó Musk.

Mueller acabó charlando con Musk durante horas. El fin de semana

siguiente lo invitó a su casa para seguir hablando. Musk comprendió que había

encontrado a alguien que conocía todos los entresijos de la fabricación de

cohetes. Se lo presentó a los expertos espaciales que asistían a sus reuniones y lo

invitó a participar en ellas. El nivel de aquellas mentes impresionó a Mueller,

que había rechazado ofertas de trabajo de Beal y otros magnates que querían

probar fortuna en ese campo porque se presentaban con ideas demenciales.

Musk, en cambio, parecía saber lo que se hacía, como demostraba el hecho de

que se deshiciera de los escépticos y formara un equipo de ingenieros brillantes e

ilusionados.

Mueller había ayudado a Musk a confeccionar aquella hoja de cálculo sobre

el rendimiento y el coste de un cohete de bajo presupuesto y, junto con el resto

del Equipo Musk, había contribuido a refinar la idea. El cohete no transportaría

satélites del tamaño de camiones, a diferencia de los fabricados por Boeing,

Lockheed, los rusos y otros países. El cohete de Musk tendría como objetivo la

franja más modesta del mercado de satélites, y podría ser el modelo ideal para el

envío de cargas más pequeñas que aprovechaban los inmensos avances que se

habían producido en los últimos años en el campo de la informática y la

electrónica. El cohete sería la respuesta a una teoría que se iba abriendo paso en

la industria espacial, según la cual, si una empresa pudiera rebajar drásticamente

el precio por lanzamiento y realizar lanzamientos de manera periódica, se abriría

un nuevo mercado tanto para las cargas comerciales como para las cargas de

investigación. A Musk le encantó la idea de estar al frente de aquella tendencia y

desarrollar la bestia de carga de una nueva era espacial. Por supuesto, todo

aquello era pura teoría, hasta que de repente dejó de serlo. PayPal había salido a

bolsa en febrero, sus acciones habían ganado un 55 %, y Musk sabía que eBay

también quería comprar la compañía. Mientras le daba vueltas a la idea del

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