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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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Los incendios y las esporádicas reseñas negativas no tuvieron ningún efecto

en las ventas de Tesla ni en el precio de sus acciones. La estrella de Musk

brillaba cada vez más, y el valor en el mercado de la empresa ascendió hasta

llegar a ser casi la mitad que el de General Motors o el de Ford.

En octubre de 2014, Tesla convocó otra conferencia de prensa que confirmó

a Musk como el nuevo titán de la industria automovilística. En ella presentó una

versión mejorada del Modelo S con dos motores, uno delante y otro detrás.

Podía pasar de cero a cien kilómetros por hora en 3,2 segundos. La empresa

había convertido a una berlina en un superautomóvil. «Es como despegar desde

un portaaviones —explica Musk—. Es simplemente una locura.» Musk presentó

también un paquete de software para el Modelo S que incluía funciones de piloto

automático. El automóvil tenía un radar para detectar objetos y evitar colisiones,

y podía guiarse por medio del GPS. «Más adelante, se podrá llamar al vehículo y

este acudirá al lugar donde uno esté —afirma Musk—. Hay algo más que me

gustaría hacer. Muchos de nuestros ingenieros se van a enterar de esto en tiempo

real. Me gustaría que el conector de carga se enchufase él mismo al vehículo,

como si fuera una especie de serpiente articulada. Creo que haremos algo así,

probablemente.»

Miles de personas esperaron durante horas para ver a Musk mostrando esas

tecnologías. Musk bromeaba durante la presentación y jugaba con el entusiasmo

del público. Aquel hombre que se había sentido incómodo ante los medios en los

tiempos de PayPal había desarrollado una habilidad escénica única. A una mujer

que estaba a mi lado durante la presentación le temblaron las rodillas cuando

Musk subió al escenario. A mi otro lado, un hombre dijo que quería un Modelo

X y había ofrecido 15.000 dólares a un amigo para que se apuntase a la lista de

reservas, de forma que él pudiera conseguir el modelo número 700. Aquel

entusiasmo, unido a la capacidad de Musk para llamar la atención, era un

testimonio de lo lejos que habían llegado la pequeña empresa de automoción y

su excéntrico director general. Los fabricantes de automóviles rivales habrían

matado por despertar aquel interés, y se habían quedado atónitos al ver que Tesla

los superaba por sorpresa y ofrecía más de lo que cualquiera de ellos habría

creído posible.

En la época en que la fiebre del Modelo S atrapaba Silicon Valley, visité el

pequeño laboratorio de investigación y desarrollo de Ford, en Palo Alto. El jefe

del laboratorio era un ingeniero con coleta y sandalias llamado T. J. Giuli, que

sentía una enorme envidia de Tesla. Cada Ford llevaba instaladas docenas de

sistemas informáticos fabricados por diferentes empresas, que tenían que

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