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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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algunos ingenieros, trató de sellarlas con resina epoxi. «No le importa ensuciarse

las manos —afirma Mueller—. Allí estaba, con su elegante ropa y sus preciosos

zapatos italianos, pringándose de resina. Emplearon toda la noche y las probaron

de nuevo, pero las cámaras se volvieron a romper.» Musk, con la ropa

destrozada, había llegado a la conclusión de que las piezas tenían un defecto de

fabricación, había puesto a prueba su hipótesis y había obrado rápidamente en

consecuencia, pidiendo a las ingenieros que idearan otra solución.

Estos incidentes formaban parte de un proceso complicado pero productivo.

En SpaceX había arraigado la idea de que eran una familia pequeña y unida que

luchaba contra el mundo. A finales de 2002, la empresa solo tenía un almacén

vacío. Un año después, el lugar parecía una auténtica fábrica de cohetes. Desde

Texas llegaban motores Merlín funcionales que entraban en una cadena de

montaje en la que los operarios podían conectarlos al cuerpo principal, o primera

fase, del cohete. Se prepararon más puestos para conectar la primera fase con la

fase superior del cohete. Se montaron grúas para manejar las piezas más pesadas,

y se instalaron vías de transporte de color azul metálico para guiar el cuerpo del

cohete por toda la fábrica, de puesto en puesto. SpaceX también había empezado

a construir la carena, o carcasa, que protege durante el lanzamiento la carga útil,

situada justo encima del cohete, y que se abre en el espacio como si fuera una

almeja para liberar la carga.

SpaceX también había conseguido un cliente. Según Musk, su primer

cohete despegaría «a comienzos de 2004» desde la Base Vandenberg de las

Fuerzas Aéreas transportando un satélite llamado TacSat-1 para el Departamento

de Defensa. Con ese objetivo a la vista, trabajar doce horas al día durante seis

días a la semana era la norma, aunque muchos empleados solían dedicar al

trabajo más tiempo aún. Las pausas, cuando llegaban, empezaban alrededor de

las ocho de la tarde en los días laborables, momento en el que Musk permitía a

todo el mundo utilizar sus ordenadores para jugar entre sí a videojuegos como

Quake III Arena y Counter-Strike. A la hora fijada, el ruido de las pistolas

cargándose resonaba por toda la oficina mientras cerca de veinte personas se

armaban para la batalla. Musk —que jugaba con el conveniente sobrenombre de

Random9— solía ganar las partidas, destrozando y cosiendo a tiros a sus

empleados sin piedad. «Allí estaba el jefe, disparándonos con cohetes y pistolas

de plasma —recuerda Colonno—. Lo peor es que es increíblemente bueno en

esa clase de juegos y tiene reacciones increíblemente rápidas. Se sabía todos los

trucos y cómo acercarse sigilosamente a los rivales.»

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