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Elon Musk El empresario que anticipa el futuro

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Al principio, los fabricantes de automóviles más tradicionales veían el

Modelo S como un ardid publicitario, y el aumento de sus ventas, como parte de

una moda pasajera. Sin embargo, esos sentimientos no tardaron en transformarse

en algo más cercano al pánico. En noviembre de 2012, solo unos pocos meses

después de que se empezase a comercializar, el Modelo S fue nombrado

Automóvil del Año por Motor Trend, y fue la primera vez, hasta donde

recuerdan los miembros de la revista, que el voto fue unánime. Quedó por

encima de otros once vehículos de empresas como Porsche, BMW, Lexus y

Subaru, y se lo consideró «la prueba definitiva de que Estados Unidos aún puede

hacer algo grande». Motor Trend celebró el Modelo S como el primer automóvil

sin motor de explosión que se hacía acreedor de su máximo galardón, y afirmó

que el vehículo era tan manejable como un coche deportivo, circulaba con la

suavidad de un Rolls-Royce, tenía el aguante de un Chevy Equinox y era más

eficiente que un Toyota Prius. Algunos meses después, Consumer Reports daba

al Modelo S la máxima puntuación de su historia —99 sobre 100—, al tiempo

que proclamaba que se trataba probablemente del mejor coche fabricado jamás.

Por esa época, las ventas del vehículo empezaron a crecer al mismo tiempo que

el precio de las acciones de Tesla, y General Motors y otros fabricantes de

automóviles reunieron un equipo para estudiar al Modelo S, a Tesla y los

métodos de Elon Musk.

Vale la pena hacer una pausa para meditar sobre lo que había conseguido

Tesla. Musk se había propuesto construir un automóvil eléctrico que no estuviera

lastrado por concesiones. Lo hizo. Entonces, aplicando una especie de yudo

empresarial, acabó con décadas de críticas a los automóviles eléctricos. El

Modelo S no solo era el mejor coche eléctrico; era el mejor coche, y punto. Y,

además, el coche que deseaba la gente. Estados Unidos no había visto una

empresa automovilística con tanto éxito desde que apareció Chrysler en 1925.

Silicon Valley no había hecho nada especialmente destacable en la industria

automovilística. Musk no había dirigido antes una fábrica de coches, y Detroit lo

consideraba un aficionado arrogante. Y con todo, un año después de que el

Modelo S se pusiera a la venta, Tesla había conseguido beneficios, 562 millones

de dólares en ventas en un trimestre; también aumentó sus ventas en el

extranjero, y se convirtió en una empresa tan valiosa como Mazda Motor. Elon

Musk había fabricado el equivalente automovilístico del iPhone. Y los ejecutivos

del mundo de la automoción de Detroit, Japón y Alemania no tenían más que

una porquería de anuncios; podían mirarlos mientras pensaban en cómo había

podido suceder algo así.

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