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Angusola y los cuchillos

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Esa noche no durmió nadie. Tampoco la Selenita. (Luego<br />

vieron que no dormía nunca en nuestro sentido del<br />

término.) Reposaba, plegada (no sentada, en bisagra,<br />

como nosotros, sino plegada) y nada más. El sueño era<br />

en ella sólo una fase menos intensa y activa que la vigilia.<br />

Pero, la vigilia era, al menos aquí en la Tierra, en<br />

ella, más somnolente que la nuestra.<br />

La piel de la Selenita, aunque aparentemente muy<br />

espesa, era de una tersura de diamante buido, y la<br />

vel<strong>los</strong>idad pélvica, muy copiosa, empezaba más arriba<br />

que la nuestra: en verdad, al pie mismo de <strong>los</strong> senos.<br />

Pero empezaba en una finísima pelusilla, o plumoncillo<br />

blanco, y se iba espesando hacia abajo, cambiando gradualmente<br />

de color, hasta alcanzar un rojo de fuego.<br />

Desde luego, la Selenita respiraba, pero no a sorbos<br />

como nosotros, sino con palpitaciones de seno. Con frecuencia<br />

el aire (aún a esta altura) parecía excesivo para<br />

ella, y se cubría la nariz (recta y firme) con la mano.<br />

También con frecuencia se cubría todo el rostro con “las<br />

alitas”, que eran de una fina membrana algo más pálida<br />

que la piel. Igual <strong>los</strong> “faldones” o alas calipígeas, que<br />

más bien simulaban un tatuaje en relieve.<br />

Señalando a la luna, Román cogió una piedra que<br />

parecía una esponja petrificada y se la mostró. Luego<br />

cogió unas ramitas y se las puso, y se las quitó. Apuntó<br />

a la Selenita y movió negativamente la cabeza. Ella entendió.<br />

Román tiró la piedra, poniéndola a su alcance.<br />

Ella la cogió, le puso las ramitas por un lado y por dentro,<br />

señalando entonces a la luna, como si esta fuera<br />

hueca y la vegetación de una de sus caras asomara por<br />

dentro a la otra. Entonces se señaló a sí misma y tocó la<br />

parte de la piedra donde había puesto las ramitas.<br />

Román dedujo que “la otra cara” de la luna tenía vegetación<br />

y atmósfera y que aquella vegetación asomaba,<br />

por dentro, a la cara estéril, que vemos nosotros.<br />

El día siguiente volvieron a examinar, de lejos, el lugar<br />

donde habían estado <strong>los</strong> visitantes. No quedaba el<br />

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