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Angusola y los cuchillos

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terreno tan bien aprovechado. La gente venía a verlo, se<br />

paraba en el borde, viendo al hombrecito afanado a ras<br />

de tierra como auscultando el crecimiento de las semillas.<br />

Luego daba unos pasos más allá y miraba hacia<br />

abajo, al enyerbado conuco de Demetrio, y se asombraba<br />

de la diferencia. Demetrio mismo asomaba a veces,<br />

por su lado, a la cerca, y tendía la vista sobre las nuevas<br />

flores, pero nadie podía saber qué había detrás de<br />

su mirada. Tío Pablo había medido bien, por la escritura,<br />

la tierra que le correspondía y había plantado la cerca<br />

exactamente en el lindero, de modo que Demetrio no<br />

podía sentirse agraviado. Muchos otros estaban tendiendo<br />

cercas; la tierra empezaba a valer algo; la de tía Aurelia<br />

era ahora la que más valía.<br />

Pero nadie podía quejarse. Las noticias de la guerra<br />

eran buenas y el barrio crecía, y las noticias distraían.<br />

Ni aun Monet y su Mulet eran todavía bastante agresivos,<br />

y tío Pablo aún podía bajar a la calzada y pasar<br />

entre <strong>los</strong> grupos y no negar su filiación. Podía decir que<br />

“a mucha honra” cuando le apuntaban y llamaban<br />

germanófilo. Todavía podían ganar <strong>los</strong> alemanes.<br />

Pero la gente cambia. A veces olvida; otras vuelve a<br />

recordar. A veces se apiña y agolpa y otras se dispersa,<br />

y es como las matas o <strong>los</strong> gril<strong>los</strong>. También a veces es<br />

como <strong>los</strong> cocuyos, dando luz fatua de noche en vuelo<br />

silencioso, pero la luz puede ser también candela. Uno<br />

nunca sabe completamente a qué atenerse.<br />

Así, pues, al principio todo era fiesta en torno a <strong>los</strong> cintil<strong>los</strong><br />

que voceaban victorias. No todos lo creían por completo.<br />

La mayoría se había venido saturando, y<br />

pasmándose, ávidamente, de esas noticias por más de<br />

tres años. Así que no estaban tan bravos. Estaban ahítos.<br />

Sólo Monet seguía regañando, y rolando por las tardes<br />

entre <strong>los</strong> grupos. Sordamente, tío Pablo bufaba contra el<strong>los</strong>.<br />

Tía Aurelia decía que era locura y maldad de <strong>los</strong> hombres.<br />

Abajo, en la calzada, el bodeguero y la bodeguera<br />

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