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Angusola y los cuchillos

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tinte verdoso de la piel era más fuerte. Reía con risa<br />

falsa, nerviosa, pelando <strong>los</strong> dientes grandes y ra<strong>los</strong>.<br />

Entrecerré <strong>los</strong> ojos. Traté de mirar hacia dentro. Le serví<br />

antes que a <strong>los</strong> niños. Me esforcé en parecer tranquila.<br />

Temía estar triste. Temía estar contenta. Mario me dijo:<br />

—¿Qué le pasa hoy a mi Sol? (Mi Sol: así me llamaba;<br />

Sol es mi nombre.) ¿La morriña? ¡Vamos! Arriba esa<br />

frente. Te traigo una noticia. Pero antes, venga el almuerzo.<br />

Me ha dado hambre.<br />

¡La noticia! ¡Y lo decía riendo! Tenía que ser. La noticia.<br />

Pero aún no me atrevía a pensar lo que fuera. Mario<br />

comió con esfuerzo, se veía. La mano seca y verdosa le<br />

temblaba en el aire. Rumiaba. Yo sabía que había ido al<br />

médico. No al de la Quinta, sino a otro; un especialista.<br />

Lo había ido a ver, a escondidas, varias veces. Yo había<br />

visto también a ese médico. Esta iba a ser la última<br />

consulta. ¡Y este era el fallo!<br />

Y había otro fallo. Él sabía (yo también) que iba a<br />

perder su trabajo. Estábamos a veinte. El treinta era el<br />

día. Los dos lo sabíamos, pero no nos lo habíamos dicho.<br />

Nos mostrábamos <strong>los</strong> dientes (como si eso fueran<br />

sonrisas), nos decíamos arrumacos. Mi Sol... Mi Reina...<br />

Él se extremaba. Éramos dos enfermos. Teníamos<br />

que cuidarnos. Teníamos que contemplarnos. Teníamos<br />

que defendernos. Teníamos que NO lastimarnos. Y así<br />

<strong>los</strong> días, y <strong>los</strong> años.<br />

—¿Y qué? —me dijo al fin—. ¿No me preguntas qué es<br />

la noticia?<br />

Levanté, cuanto pude, <strong>los</strong> párpados. Estábamos de<br />

pie, en la salita, mirándonos.<br />

—Dos noticias —añadió él—. Las dos buenas. Primera:<br />

vuelvo a la mar. Un puesto en un barco. En el Norte.<br />

Lo que quería, ¿te acuerdas? Lo que esperaba. Y segundo:<br />

dijo el Ministro. Lo boto. Lo repudio. Lo espanto.<br />

También lo que queríamos, ¿no?<br />

Volvió a reír. Era una risa seca, quebrada. Le miré<br />

largamente a la cara, con mi cara, hasta que él no<br />

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