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I<br />
No pasa nada<br />
Nadie sabía quién era el nuevo “mayor”. Llegó una tarde<br />
a caballo, desmontó frente a la casa de vivienda y<br />
preguntó por el señor Molina. Traía una carta que el<br />
administrador leyó despacio, temblándole entre <strong>los</strong> dedos.<br />
El administrador mandó a Harold que se cuidara<br />
del caballo y condujo al recién llegado hasta su oficina,<br />
en la casa roja, sobre la colina. Hasta avanzada la noche<br />
echó luz por las dos ventanas la casa del administrador.<br />
El sargento Pogolotti se dio una vuelta por el<br />
batey y preguntó al jefe de campo:<br />
—¿Quién es ese señor?<br />
—Nadie sabe. Un recomendado tal vez. El jefe estaba<br />
esperando un “mayor”.<br />
El sargento Pogolotti se marchó pensativo. Claramente<br />
se veía que el forastero, con su aire desenvuelto y su<br />
bigotito no le simpatizaba. Se parecía a un galán del<br />
cine. Era alto, joven, tenía buen metal de voz, y sonreía<br />
despectivamente, con gesto de superioridad. Esto no<br />
agradaba al sargento Pogolotti.<br />
En su casa, el sargento encontró la mesa puesta. La<br />
negra Rosario le miró algo asustada.<br />
—¿Todavía no ha venido esa? —preguntó él bruscamente.<br />
—No, señor. Como usted la autorizó, subió al cerro<br />
con la alemana.<br />
—Se va a acabar eso. Salga a buscarla inmediatamente.<br />
Tengo que saber qué se trae con esa bruja.<br />
Todavía Rosario murmuró temblorosa:<br />
—Esa mujer nos va a dar la mala, señor. Ya yo lo dije.<br />
Anda metida en brujerías y no sabe lo que se trae entre<br />
manos. Con esas cosas no se debe jugar.<br />
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