You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
tinieblas más densas. Tenía <strong>los</strong> ojos abiertos, pero ninguna<br />
luz penetraba en el<strong>los</strong>.<br />
—Estoy ciego —pensó—. He perdido la vista. He terminado.<br />
Pero en ese mismo instante rectificó. No, todavía<br />
no he terminado. Me quedan pies y todavía tengo voz.<br />
Arrancó <strong>los</strong> pies de entre las ruinas y dio algunos<br />
pasos. Tropezó con un cráneo y fue a dar, de bruces,<br />
entre dos cadáveres. Palpando en derredor reconoció<br />
una pierna, una garganta, un vientre destripado.<br />
—Debo de estar bañado en sangre —se dijo—. Debo<br />
tener también alguna vena abierta. Tengo que darme<br />
prisa —añadió—. Tengo que llegar arriba antes de que<br />
la sangre se me vacíe por completo.<br />
Otra vez de pie marchó a saltos. Silban, como enjambres,<br />
las balas. Se oían quejas y gritos llamando a <strong>los</strong><br />
camilleros. Por todas las faldas estallaban <strong>los</strong> obuses.<br />
La compañía, rota su formación, se había regado sobre<br />
una ancha zona fermentada de fuego. El fuego parecía<br />
brotar de la tierra, del interior, rompiendo la corteza.<br />
Entre aquel fuego se movió, con su voz, el comisario.<br />
Algunos hombres se adelantaban aisladamente. De abajo<br />
venían las voces de mando de <strong>los</strong> oficiales, rotas por<br />
<strong>los</strong> estallidos, cada vez más nutridos, de <strong>los</strong> obuses. El<br />
zumbido de las balas era como una galerna en el aparejo<br />
de un buque.<br />
—¡Venga! —ordenó el comisario—. ¡Arriba, conmigo!<br />
No sabía si le oían o no. La sangre se le había coagulado<br />
en <strong>los</strong> oídos y <strong>los</strong> sonidos penetraban en el<strong>los</strong> como<br />
a través de un grueso muro. No oía ya, ni veía. Pero sus<br />
pies le llevaban hacia la cresta. La meta se abría ante<br />
él. Ninguna barrera de balas podía cerrarle el paso mientras<br />
le quedara vida. Un grupo de soldados lo reconoció<br />
al pasar junto a el<strong>los</strong>. El sargento se incorporó para<br />
seguirlo. Veinte hombres hicieron lo mismo, marchando<br />
tras el comisario sin echarse al suelo. Horma iba<br />
delante, erguido, tieso, como un poste. Había llegado a<br />
doscientos metros de las líneas. Los que le siguieron<br />
69